JUAN CARLOS GIRAUTA-EL DEBATE
  • La actual izquierda se parece poco a lo que se entendía por izquierda. Pero ese poco permite colegir que se trata del rasgo definitorio

La izquierda lee mucho y mal, la derecha lee poco y también mal. Tras la frase redonda, los matices, que todo lo redondo es falso si se mira de cerca. Como la esfera terrestre, que ni es esfera ni es nada. Para empezar, aludo a los ensayos. Si en español se escribieran novelas y relatos a la altura de nuestra tradición, los ensayos no harían falta para captar la época. Los lectores de Dostoyevsky, Tolstoi, Gogol o Pushkin penetran sin más en el alma de la Rusia decimonónica. La literatura contemporánea en español desmerece lo alcanzado desde los albores del siglo XVII hasta el boom ideado por la agente literaria Carmen Balcells, que aprendió el oficio del rumano españolizado Vintila Horia, gran escritor fascista (fascista de verdad). Pero hace mucho que la ambición se nos acabó Siempre podemos recurrir a los contemporáneos franceses, tan cercanos y tan lejanos.

Como es sabido, la actual izquierda se parece poco a lo que se entendía por izquierda. Pero ese poco permite colegir que se trata del rasgo definitorio, el que permite seguir usando la etiqueta pese a que lo de ahora no sea más que un sumatorio de causas reaccionarias. Ese poco es la hegemonía cultural, indiscutida en España desde los años sesenta. La adscripción al «bando del bien» (véase Stephen Koch) facilita a cualquiera con empuje el acceso a una editorial influyente ligada a medios de comunicación más influyentes aún, dotada de una excelente distribución (también en Hispanoamérica) y con presencia garantizada en las mesas de novedades. La facilidad es tal que, a poco que alguien sepa hacer el rabo de la ‘o’, se deslizará por un tobogán untado de vaselina, para ir a caer en ferias del libro, verse traducido y, sin que nadie se sonroje, tomado en serio.

El giro europeo hacia la nueva derecha, llamada «extrema derecha» por los hegemones culturales, ha suscitado interés por sus referentes intelectuales. Lo ha suscitado en la izquierda, no en la derecha mayoritaria, que asume su supeditación cultural y descree de la letra impresa. De ahí la significativa pieza del ‘Fin de semana’ de El País: «Los 10 pensadores que más influyen en la derecha». Selección acertada donde lo más significativo, a mi juicio, es el rechazo a que Abascal, Milei y Meloni reclamen influencia alguna de Ayn Rand. Han cogido la parte odiosa de la anticomunista y la reivindican para sí: ateísmo sectario, defensa del aborto y la eutanasia. Ayn Rand es uno de esos casos en los que todo el valor está en sus novelas. De hecho, uno se hace a la idea leyendo simplemente el alegato final del protagonista de ‘El manantial’. Su «filosofía», el objetivismo, es una prescindible ingenuidad con ínfulas. Y es lo que gusta a la izquierda. El País le pasa por la cara el objetivismo a la nueva derecha, y yo le paso por la cara a El País ‘El manantial’ y ‘La rebelión de Atlas’. A ver.