Editorial-El Español

El desfile de este viernes 9 de mayo en Moscú, que oficialmente ha conmemorado el 80º aniversario de la victoria sobre el nazismo en la II Guerra Mundial, no ha sido un simple acto de nostalgia. Se equivocará por tanto quien crea que el desfile apenas aspiraba a rememorar las viejas glorias imperiales soviéticas.

Y sólo hay que examinar la lista de líderes internacionales que han asistido a la cita para darse cuenta de que lo que ha organizado Vladímir Putin no es un mero acto de relaciones públicas y autobombo geopolítico, sino una operación de propaganda que ha delimitado los contornos del bloque rival de las democracias liberales.

El que aspira a derrocar a Occidente e inaugurar una nueva era autocrática liderada por Rusia, China y las naciones del Sur Global.

El puesto de honor en el desfile, a la derecha de Putin, ha sido reservado para Xi Jinping, el presidente chino. Pero también han estado en Moscú Luiz Inácio Lula da Silva (Brasil), Nicolás Maduro (Venezuela), Miguel Díaz-Canel (Cuba) y Abdel Fattah El Sisi (Egipto), entre muchos otros.

Más preocupante aún, por lo que sugiere de las grietas en la UE, es la presencia en el desfile del primer ministro eslovaco, Robert Fico.

La presencia de Xi Jinping en el desfile, líder de una China que consolida y aumenta día a día su influencia global, supone la escenificación de una alianza que amenaza el orden liderado por las democracias liberales. Según el estadounidense The Washington Post, ambos líderes reafirmaron su “amistad sin límites” antes del desfile. El comercio bilateral entre ambas naciones superó los 240.000 millones de dólares en 2024, una cifra que diluye el impacto de las sanciones impuestas por Occidente al Kremlin.

La alianza de Putin y Xi Jinping, basada en el rechazo al modelo occidental, y a la que se suma la presencia de tropas norcoreanas en el desfile (un reconocimiento tácito de que esas tropas están ya luchando en suelo europeo contra las tropas ucranianas), es un peligro directo para la estabilidad global.

Frente a esa escenificación de la alianza antidemocrática de los líderes autocráticos contra el bloque occidental, la izquierda española, presuntamente pacifista, ha callado de nuevo.

Su mutismo no es casual y revela una hipocresía que erosiona su credibilidad y debilita la defensa de los valores democráticos frente a un régimen que utiliza desfiles militares y la exhibición de armas nucleares como propaganda de su poder belicista y como una nada sutil amenaza a Occidente.

Porque quien hace exhibición de poderío nuclear no es Francia, ni Gran Bretaña, ni Estados Unidos, sino una Rusia que a la invasión de Ucrania o sus crímenes de guerra suma el apoyo del Kremlin a los regímenes autoritarios que amenazan las fronteras de las democracias liberales con armas de guerra híbrida como los ataques informáticos, la inmigración ilegal o el terrorismo.

Este silencio selectivo de la izquierda española y europea no es sólo incoherencia: es una traición a los principios que dice defender en público.

El régimen de Putin, con su culto a la personalidad, su nacionalismo exacerbado y la utilización de la violencia como herramienta política encarna un fascismo del siglo XXI, como ya ha señalado EL ESPAÑOL en anteriores editoriales.

Si la lucha contra el fascismo de la izquierda española y europea es sincera, su nada inocente ambigüedad frente a Putin debe acabar.

Porque el bando autocrático tiene un proyecto para el planeta que no pasa en absoluto por la democracia liberal, el respeto a la soberanía nacional de otros países o los derechos humanos.

¿Tiene algún proyecto esa izquierda que no pase por el debilitamiento de las democracias liberales frente a sus enemigos?

¿Y qué piensa esa izquierda que espera al final de ese camino?

¿El paraíso socialista o más bien la hegemonía internacional de las tiranías rusa y china?