LIBERTAD DIGITAL 11/11/16
CRISTINA LOSADA
· Lo que mueve la política en todo el mundo ya no es la esperanza, sino la indignación, la desesperación y el resentimiento.
En España, a raíz de la victoria de Trump en las presidenciales estadounidenses, se han hecho notar semejanzas entre sus promesas electorales y propuestas de un partido como Podemos, situado, digamos, en la orilla política opuesta. Este tipo de coincidencias ya habían saltado a la vista entre los partidos que en Europa venimos denominando populistas de derechas y de izquierdas. La alegría de Marine Le Pen cuando Syriza ganó las elecciones en Grecia será sólo una anécdota, pero refleja de un modo visual la aparición de una zona de encuentro entre partidos que se precian de ser antagónicos. El nacionalismo o la recuperación de la soberanía nacional, el repudio de la Unión Europea, el rechazo a la globalización, la ira contra las elites políticas en nombre de la gente corriente o de la gente a secas son los puntos de convergencia más visibles.
Todos son populistas, decíamos, y por eso tienen cosas en común. El populismo es la causa de esas curiosas, extrañas y llamativas coincidencias. Pero atribuirlo al populismo, que es más fácil de reconocer que de definir, deja muchos hilos sueltos. ¿Es Podemos un partido populista o es un partido de extrema izquierda que emplea una retórica populista como medio para llegar al poder? ¿Es el populismo el único y principal nexo entre el Frente Nacional, los de Grillo en Italia, los Verdaderos Finlandeses, la AfD alemana, Podemos, Syriza y tantos otros? ¿No hay una forma más satisfactoria de explicar que criaturas políticas tan distintas tengan algo en común?
El ensayista Mark Lilla escribía el otro día que aquello que mueve la política en todo el mundo ya no es la esperanza, sino la indignación, la desesperación y el resentimiento. «Y, por encima de todo, la nostalgia». La nostalgia de un pasado imaginario es la seña de identidad de las corrientes políticas que proponen cambios disruptivos tanto en Occidente como en la India como en el mundo islámico. Y es una seña de identidad que comparten políticos de la derecha y de la izquierda. El eslogan de nuestro tiempo, decía Lilla, es como el de Trump, Make America Great Again, sustituyendo America por el paraíso perdido que corresponda.
En el caso de la izquierda europea, a la que ve sumida en la nostalgia por su Edad de Oro, el eslogan diría Make the Left Great Again (Hagamos que la izquierda sea grande otra vez). Esta visión de Lilla resultará chocante a quienes sigan identificando a la izquierda con lo revolucionario y a la derecha con lo reaccionario. El revolucionario ofrece la esperanza en un futuro esplendoroso y el reaccionario, la nostalgia por un pasado maravilloso que se perdió. Pero los reaccionarios, que no hay que confundir con los conservadores, son tan radicales y destructivos como los revolucionarios. Esto lo explica Lilla mejor de lo que yo puedo hacer aquí, y es difícil no estar de acuerdo con él en que la izquierda europea, la española incluida, responde más a la nostalgia por la época en que fue grandiosa que a cualquier visión de futuro.
Ahí tenemos, por empezar por lo fácil, al propio partido Podemos, que destila desde su propia fundación una intensa nostalgia por la época en que la izquierda era verdaderamente la izquierda; por la época de luchas que imagina que existió en los años previos a 1978; por los tiempos en que la socialdemocracia era de izquierdas y no se había vendido al neoliberalismo, venta que sitúa en la aparición de la Tercera Vía de Blair. Con todo lo innovadores que parecen su discurso y su imagen, Podemos es un partido que mira, unas veces melancólico y otras, indignado, hacia un pasado imaginario, preñado de unas esperanzas que se vieron truncadas por la traición (de las elites, los partidos, la izquierda que se plegó). Y que se deja llevar por nostalgias todavía más problemáticas, como hizo Alberto Garzón hace unos días al saludar el aniversario de la revolución de Octubre, añadiéndole el kitsch de «revolución es paz».
Sólo tienen el pasado. Como dice Lilla, ninguno de los nuevos partidos antiglobalización que han surgido en Europa, ni Podemos ni Syriza ni el Movimiento Cinco Estrellas, han planteado un programa mínimamente creíble para el futuro. Pero ¿qué hay de la izquierda tradicional? En España, uno de los graves problemas del PSOE es que cuanto ofrece está igualmente traspasado por la nostalgia. Sus propuestas, que suelen conjugarse con el verbo derogar, dibujan la vuelta a modelos pasados, en definitiva al propio pasado del PSOE, a la época en que fue el gran partido de la izquierda española y el partido del gobierno.
Los reaccionarios de nuestro tiempo, dice Lilla, han descubierto que la nostalgia puede ser una inspiración política poderosa, más poderosa incluso que la esperanza. Porque «la esperanza se puede defraudar», pero «la nostalgia es irrefutable». Y ese descubrimiento es el que están aplicando corrientes políticas de signo tan distinto como las que mencionaba al principio. Es el trasfondo común de la izquierda reaccionaria, que ya vio nuestro Horacio Vázquez Rial, y de los reaccionarios de derechas.