Lo que no han conseguido la crisis institucional del CGPJ, la invasión de Ucrania o la crisis económica lo ha conseguido el género: que la izquierda se rompa por el retraso en la aprobación de la Ley Trans propiciado por el PSOE y el PP.
La misma izquierda que vedó la cuestión a otros pensamientos, a otras formaciones políticas, que segó cualquier posible debate bajo la máxima del «o conmigo o fascista» y que se erigió en creadora de derechos a tutiplén.
Era, en todo caso, previsible que el debate sobre la Ley Trans desembocara en esto. Por los dos informes, uno del Consejo de Estado y otro del CGPJ, que alertaron sobre las profundas deficiencias jurídicas del texto en lo relativo, fundamentalmente, a la edad en la que una persona puede decidir autodeterminarse el género.
Pero, sobre todo, porque era una propuesta legislativa que nacía de la profunda soberbia de creer que los colectivos son un segmento amorfo, cuando son personas concretas, con realidades concretas, reunidas en torno a intereses y objetivos comunes.
Y el del feminismo, que durante años patrimonializaron y que desde hace más de cuatro tratan de convertir en predio Podemos y parte del PSOE, ha resultado ser de todo, menos un colectivo estático y mudo.
Han descubierto algunos, Irene Montero la primera, que ese universo de intereses y referencias que es el feminismo no puede ser guiado (ninguno puede serlo en el fondo) como si fuera un coche o una bicicleta.
Que las mujeres movilizadas por las ideas del feminismo, algunas al menos, no están dispuestas a prestar sus espaldas para mayor lucimiento de la misma ministra que les niega toda participación efectiva en el debate.
Y que la homogeneidad que pretendían transmitir, en contra de la lógica y de la propia naturaleza humana, era efectivamente falsa.
Lo que de verdad ha salido dañado no es el feminismo o el movimiento trans, o cualquiera otro de los movimientos, colectivos, agrupaciones y reuniones que se quieran organizar, sino esa izquierda española que quiso usar a su antojo a buena parte de la población y sus ideas.
Porque han quedado al descubierto. Lo que realmente les interesaba del género no era su defensa, sino su aprovechamiento. Como a los tratantes de mala ralea, que acaban por despojar a sus animales del más mínimo trato ético, así Montero, Ángela Rodríguez Pam y adláteres con las mujeres que se intitulan feministas, pero rechazan la ley trans o no participan de su ideología.
El feminismo les interesa siempre que se amolde a sus apetencias de poder, de protagonismo o de lo que fuere. Quieren que el movimiento social en que se ha convertido el feminismo lo siga siendo y aumente su pujanza siempre que se entalle a la medida de sus propios objetivos.
Desde el inicio del embrollo, Unidas Podemos y parte del PSOE negaron debates, discusiones y participaciones como quien tiene derecho de admisión, presentándolo como un maximalismo permanente que al final ha quedado reducido a una división que sólo puede ir a más.
Suele suceder cuando se juega a ser conciencia colectiva.