Pedro García Cuartango-ABC
España será un país menos justo y más dividido
Decía Marx que los obreros no tienen patria. Este principio ha inspirado durante siglo y medio el pensamiento de la izquierda, uno de cuyos pilares ha sido el internacionalismo proletario. Hay que recordar que algunos partidos socialistas en Europa se negaron a apoyar el esfuerzo bélico de sus países en la I Guerra Mundial, recomendando la insumisión a sus militantes.
Las señas de identidad ideológicas han pesado más que el sentimiento de pertenencia a un territorio en una izquierda que siempre ha recelado de los nacionalismos, entre otras razones, por sus consecuencias devastadoras en la historia de nuestro continente. En buena medida, las tres grandes guerras europeas desde 1870 fueron provocadas por un patrioterismo irresponsable.
Los partidos socialistas y comunistas siempre han repudiado esas ideologías nacionalistas, a la vez que apostaban por modelos de Estado con igualdad de derechos y de oportunidades, rechazando los privilegios territoriales.
No hace falta insistir en lo obvio para expresar la sorpresa que suscita la posición que han adoptado el PSOE y Podemos respecto a un nacionalismo catalán que reniega de todos los principios que han sustentado el internacionalismo y la construcción europea.
En primer lugar, el independentismo es egoísta porque cuestiona la solidaridad entre territorios. Sus líderes se han quejado en infinidad de ocasiones de que Cataluña está financiando a Andalucía y Extremadura, lo cual les retrata. Piensan, y lo dicen, que la secesión les hará más ricos al librarse de las cargas de la cohesión y la solidaridad.
Pero también quieren privilegios políticos. Los dirigentes independentistas reivindican una negociación bilateral con el Estado, negándose a participar en todos los foros a los que acuden otras comunidades porque Cataluña es diferente. Quieren pactar con el Gobierno de Sánchez en una mesa a espaldas del Parlamento sin transparencia alguna.
Detrás de todo esto hay una concepción identitaria de la ciudadanía que implica, como diría Orwell, que unos ciudadanos son más iguales que otros. Quienes no comulgan con el credo nacionalista son expulsados de la vida política y cívica, como está sucediendo en Cataluña.
Hay un tufo supremacista en el independentismo que apenas son incapaces de ocultar sus líderes con sus frecuentes manifestaciones de desprecio y odio hacia los españoles, a los que no dudan en ofender cuando ningunean sus símbolos o cuando afirman que vivimos en un Estado totalitario que no respeta los derechos humanos.
Estos son los socios que han elegido Sánchez e Iglesias para poder gobernar. No cuestiono la legitimidad del futuro Ejecutivo, que debe ser refrendado por una mayoría parlamentaria. Pero me parece que España será un país menos justo, más insolidario y más dividido si depende de unos independentistas que piensan que a ellos les irá mejor si a los demás nos va peor.