Llama la atención el escaso entusiasmo de la izquierda por salir a la calle contra la guerra en Ucrania. Apenas cuatro y con el eslogan de «no a la OTAN» añadido. Cuando lo de Irak había manifestaciones cada día multitudinarias. Claro que era Bush, no Putin. Occidente ha amenazado al caudillo post-sovietico con sanciones terribles, entre ellas no invitar a Rusia a Eurovisión y quitarle a San Petersburgo la sede de la final de la Champion. Dicen que a Vladimir le ha dado la risa. Europa no iba a dejar tirada a Ucrania, no. Por eso Sánchez ha decretado el envío de mantas y agua mineral con urgencia. En nada estaremos otra vez con las velas y los peluches. En eso somos invencibles.

A Putin le parecen muy bien este tipo de respuestas. También que Trump elogie su audacia. Trump ha ido más allá al afirmar que con él esta invasión no se hubiera producido. Cierto que en sus 4 años, Rusia no fue un problema para Occidente. Ucrania no llamó a la puerta de la OTAN porque sabía de la oposicion del republicano a una decisión que rompía el statu quo. La conveniencia de pactar la neutralidad de Kiev la postuló ya Henry Kissinger, según ha recordado Rafael Bardaji, ex asesor de Aznar y de la Alianza Atlántica. También el ex ministro Margallo y militares que resaltan la teoría del Estado-colchón, neutral entre los bloques

Biden, muy influido por Soros, no opinaba lo mismo y reactivó a su llegada la candidatura de Ucrania a la NATO, como hizo Obama en 2014. Entonces Putin respondió anexionando Crimea y ahora con esta invasión impresentable.

La guerra es siempre la peor solución. No hay justificación para el autócrata ruso. El silencio de la izquierda es cómplice. Biden es un metepatas y Trump tenía razón: con él este conflicto no se habría producido.