Ignacio Camacho-ABC
- La clave del actual confinamiento del Rey está en esos seis minutos largos que los socios de Sánchez no han olvidado
Si todavía te preguntas por qué el Gobierno achica al Rey el espacio, proscribe su asistencia a determinados actos o restringe su agenda a corteses funciones de carácter protocolario, la respuesta la encontrarás buscando en internet el discurso que pronunció hace hoy justamente tres años. La noche en que, con Cataluña en peligro objetivo de secesión, la propaganda separatista arrasando la opinión pública internacional con imágenes falsas de violencia contra mujeres y ancianos, la población española en vilo y el Gabinete de Rajoy escondido presa de una mezcla de desconcierto y de pánico, el Monarca se puso delante de la cámara para decir alto y claro que no iba a permitir el desafío a las leyes, la quiebra de las instituciones y el desmantelamiento del Estado. La clave del actual confinamiento de la Zarzuela está en esos seis minutos largos: una demostración de autoridad moral y de liderazgo político tan formidable y contundente que los enemigos de la Constitución, hoy socios de investidura de Sánchez, no la han olvidado.
En la crisis de aquel octubre de incertidumbre y dramatismo, el entonces jefe de la oposición dio su respaldo a la alocución de Felipe VI, a la posterior intervención de la autonomía catalana y al procesamiento de los líderes insurrectos. Quizá lo creíste entonces, cuando aún éramos lo bastante ingenuos para pensar que su palabra tenía algún valor más allá de lo que tarda en lanzarla al viento. Ahora ya ves: está dispuesto a indultar a los rebeldes y ha convertido a la Corona en un aditamento decorativo, en un jarrón de sobremesa, en un florero. Y para asegurarse de que el titular de la Jefatura del Estado no vuelva a asumir la responsabilidad que ejerció en aquel crucial momento, ha decidido interpretar el preceptivo refrendo constitucional de los actos del Rey como un tajante, conminatorio derecho de veto que en la práctica encierra a la monarquía parlamentaria en una jaula de hierro.
Ya oíste el otro día al ministro de Justicia: decidieron impedir que Felipe fuese a Barcelona -a presidir un acto del poder judicial, que los jueces ejercen en su nombre (CE, Artículo 117)- para «preservar la convivencia». Es decir, para no incomodar a esos independentistas que el sanchismo pelotea ya sin asomo de pudor ni de vergüenza. Para que todo el mundo se diese cuenta de cómo y en qué sentido ha cambiado la correlación de fuerzas y de que nada queda de aquel espíritu de defensa constitucionalista al que los socialistas se sumaron -en la plaza de Urquinaona, ¿te acuerdas?- agitando con aparente entusiasmo sus banderas. Ya lo ves: sólo han pasado treinta y seis meses y en la segunda ciudad española resulta no grata la simple presencia del Rey de España. Repasa aquel discurso, escucha despacio la firmeza y la convicción de sus palabras y dime si lo que has visto esta semana no se parece mucho, pero que mucho, a una revancha.