Pedro Chacón-El Correo

  • Sería el hábitat natural de una mayoría que vive razonablemente bien y se ve constreñida a seguir los dicterios del nacionalismo en el poder

Los enemigos del régimen de Concierto Económico, que son muy pocos en el ámbito vasco, por razones obvias, pero algo más abundantes, tampoco mucho pese a lo que se pueda pensar en el resto de España, identifican nuestro Estado de bienestar con algo tan sencillo y visualizable como es el cálculo del Cupo, que sería ostensiblemente bajo en relación con lo que correspondería pagar por aquellas competencias del Estado que no están asumidas por la autonomía vasca.

Un análisis apresurado, que permitiría cargar contra el nacionalismo por su necesidad ideológica de diferenciarse del resto de España (siempre a mejor), encuentra en el Cupo la figura retórica perfecta para demostrar esta situación: un Cupo bajo refrendaría que el País Vasco resulta privilegiado respecto al resto de España. Y si a ello le añadimos el tema de las pensiones, que aquí son altas y que proceden de una recaudación en la que no sabemos en qué medida aportamos los vascos (se sospecha que en menor proporción de la que correspondería), acaban de conformar un cuadro en el que el nacionalismo vasco en el poder encuentra su principal legitimación ante la ciudadanía.

Pero cuando algo es muy fácil de entender es porque, generalmente, le faltan elementos de análisis. En este caso, al menos dos. El primero es el nivel y eficacia recaudatoria de nuestras diputaciones forales, que todo el mundo considera superior al del territorio común. Salvo en contados ámbitos profesionales, aquí se recauda más que en el resto de España, tanto por IRPF como por sociedades. Además de por sucesiones, cuando estas alcanzan ciertos niveles superiores a la media. Y a esto habría que añadirle un estudio de la fiscalidad y las cuentas generales en el Estado español, donde un nivel de deuda galopante y elefantiásico condiciona toda la contabilidad, y con un sistema de recaudación mucho más imperfecto que el vasco, ya que se permiten aún ciertas bolsas de economía sumergida.

Por lo tanto, hacer un estudio de la fiscalidad vasca en comparación con la que se llama del territorio común debería incluir muchos más elementos que ese cálculo del Cupo que, en cualquier caso, nadie se atrevería a defender tampoco como ejemplo de ecuanimidad fiscal. Y de aquí pasamos al terreno ideológico que sobrevuela sobre el económico-fiscal que acabamos de esbozar.

La constatación es que en el resto de España se da por tan descontado, de una manera difusa pero igualmente efectiva, que todos somos españoles y que cuestionar ese principio, como se hace desde el nacionalismo, resulta marciano para el común de la ciudadanía. Dicho de otro modo: que en el fondo nadie se lo cree. A pesar de ETA o del ‘procés’. Y no se lo cree porque todos sabemos que hay una gran cantidad de ciudadanos, tanto vascos como catalanes, a los que, por mucho que se den golpes de pecho y se desgañiten proclamando su nacionalismo e incluso su independentismo, les corre a borbotones sangre española por las venas. Vamos, que aun haciéndoles hemodiálisis diaria con una máquina de fabricación cien por cien vasca o catalana no se les limpiarían todas sus adherencias españolas.

Son vascos que en su vida diaria hablan solo español, que van de vacaciones a otras regiones españolas -donde siempre son bien recibidos-, que ven solo canales de televisión en español y que, en cambio, en la calle se convierten en nacionalistas vascos como por arte de magia. Constatamos que su ámbito de libertad privada es español, pero que han aprendido, con el tiempo, que la libertad pública en Euskadi discurre por otros derroteros. Y así les va bien, tanto en Euskadi y Cataluña como en el resto de España. La jaula de oro vasca sería, por tanto, el hábitat natural de una mayoría de vascos que viven razonablemente bien y que se ven constreñidos, en sus libertades públicas, a seguir los dicterios del nacionalismo en el poder: mucho euskera, pero a ser posible para los demás; mucha independencia, pero de boquilla; mucho sentirse vascos, pero los apellidos delatan su procedencia mesetaria.

España es un país que hay que conocer en profundidad, como debe de pasar, por otra parte, en los demás países de nuestro entorno, de los que no conocemos más que cuatro tópicos, como ellos de nosotros. De todo esto y algo más estuvimos hablando recientemente los de la Plataforma Constitucional Vasca, Foruak Orain, en nuestra cuarta reunión, desde que hace ahora un año nos constituimos como grupo de reflexión. Reconocimos que el constitucionalismo vasco está atravesando un desierto ancho y profundo, en el que no se atisba aún ni el más leve y lejano oasis reparador. Y del que, desde luego, para poder salir, necesitamos sí o sí unirnos frente a un nacionalismo que manda aquí y con fuertes agarraderas en ‘Madrid’.