José Luis Alvite, LA RAZÓN, 26/4/12
Hubo un tiempo en el que la periodista italiana Oriana Fallaci era consideraba un símbolo de la lucha por las libertades democráticas y un modelo a imitar por quienes se dejaban la piel en la defensa de los derechos humanos, hasta que le metió el diente a las perversiones ideológicas y terroristas del Islam radical y misógino. Entonces la progresía oficial europea le volvió la espalda y la tachó de intransigente y racista, ensuciando con saña su imagen hasta reducirla a la dimensión perversa de un símbolo de la intolerancia contra la que ella tanto había luchado. Oriana daba en el clavo al referirse al deterioro de la identidad de Occidente como consecuencia de su acomplejada permeabilidad frente a los conceptos y las actitudes de una religión –la musulmana– en la que ahora a nadie se le escapa que han buscado amparo no pocas organizaciones terroristas. Se dice que el Corán le fue dictado por Alá a Mahoma, pero quien lea con detenimiento sus versículos, con razón podría pensar que Alá le dictó las soflamas del texto a su profeta llevado por el mismo delirante arrebato de furia y racismo con el que le inculcó a Hitler su inspiración para escribir «Mi lucha», una obra que se vende libremente en las librerías pero que tal vez encajaría mejor en los anaqueles de las armerías. Yo comprendo las lecturas suspicaces de la Biblia y rechazo los rasgos discriminatorios del Cristianismo rancio y artillero, pero al compararlo con lo que sucede con el integrismo islámico, me tranquiliza pensar que a nuestros niños nadie en la catequesis les inculca las técnicas de la lapidación, ni la habilidad para el degüello. Puede que sea una estupidez, pero yo no podría afiliarme a una religión en la que, por culpa del jodido burka, a la jaula de las mujeres entra menos luz que a la de los pájaros.
José Luis Alvite, LA RAZÓN, 26/4/12