- Al terrorista Juan Carlos Iglesias Chouzas le llega el tercer grado con 62 años y mucha vida por delante. Toda la que no tuvieron sus víctimas, cuyo dolor no aparece en la Memoria Democrática del sanchismo
El 14 de enero de 1992, José Anseán Castro, policía nacional de origen gallego, salió de casa poco antes de las siete y media de la mañana en compañía de su mujer. Iba camino de la parada del autobús que debía llevarle hasta la comisaría de Basauri (Bilbao), donde trabajaba. En aquellos tiempos, los agentes de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado se movían en transporte público para no convertir su coche particular en objetivo de la ETA. No le sirvió de mucho: el etarra Gadafi se le acercó por la espalda y le disparó tres veces, según los periódicos de la época. Su mujer sufrió un ataque de nervios y, aunque imploró que no lo rematasen, José recibió un último tiro en la sien. La crónica de El Correo Español recogía el lamento desesperado de su esposa: «Mi marido no es nadie, él no ha hecho nada», gritó junto al cadáver.
En efecto, José no había hecho nada a nadie. Como tampoco el pequeño Fabio Moreno, de apenas dos años, al que mató solo dos meses antes. Aquella vez, Gadafi colocó una bomba lapa en el coche de su padre, Antonio, un agente de la Guardia Civil que siempre iba a trabajar en tren como tantos otros, para esquivar la amenaza terrorista. Tampoco le sirvió: un día, tras recoger de la piscina cubierta a sus hijos (que además eran gemelos), la bomba explotó. Fabio murió en el acto y su hermano Alex sufrió quemaduras y una perforación del tímpano. El padre, Antonio, tardó más de dos años en recuperarse de las heridas.
El autor de estos dos crímenes, entre otros muchos, ha recibido el tercer grado de parte del Gobierno vasco, quien ostenta las competencias en materia de prisiones desde que Pedro Sánchez necesita los votos del PNV para colmar sus ansias de permanencia en el poder.
Además de los ya recordados, a Juan Carlos Iglesias Chouzas, alias Gadafi, se le imputan cerca de 15 asesinatos. Sin embargo, apenas ha pasado 25 años en prisión. Cada crimen, haciendo una cuenta tan gruesa como dolorosa, le ha salido por algo más de año y medio de cárcel. No hay arrepentimiento ni nada que se lo parezca para justificar el tercer grado, pero Gadafi disfrutará de un régimen de semilibertad que le permitirá ir a prisión solamente para dormir, como si fuera un hostal. Es perfectamente probable que mañana los deudos de José y Fabio se lo encuentren de pinchos por la parte vieja de San Sebastián, pues al etarra le llega este beneficio con 62 años y mucha vida por delante. Toda la que no tendrán sus víctimas, por cierto, cuyo dolor no figura en la Memoria Democrática del sanchismo. Está comprobado: al PSOE le merecen más respeto los muertos de la Guerra que aquellos a los que mataron hace solo 30 años, cuando España se engalanaba para la Expo de Sevilla o los Juegos Olímpicos de Barcelona.
Sirva como prueba de esta desmemoria la entrevista que la televisión pública vasca hizo en 2017 a la hija de Gadafi, de nombre Olatz. En ella, la joven (convertida hoy en cara visible del lobby proexcarcelación de etarras SARE) decía que la gente «no es consciente de lo que supone hacer viajes de estas dimensiones y tan frecuentemente», en alusión a cuando sus padres cumplían condena lejos del País Vasco. «El tiempo perdido no se puede recuperar», defendía. Pues imagina el tiempo arrebatado a tiros.