Editorial-El Correo

  • Los partidos actúan como si cuestionar la independencia del Poder Judicial con la ley de amnistía no dañara el sistema democrático

La separación de poderes y la independencia de la Justicia son dos caras de una misma moneda que resumen uno de los fundamentos básicos de las democracias. El cuestionamiento de ambos principios al que se han lanzado los partidos constitucionalistas, sin medir sus consecuencias o cegados por el frentismo que se ha apoderado de la política nacional, así como otras fuerzas que aspiran a demoler el actual sistema con el objetivo de satisfacer sus aspiraciones últimas, está erosionando el prestigio de las instituciones. Un paso que solo beneficia las pulsiones populistas. La ley de amnistía ha agudizado una peligrosa vorágine en la que han sido puestos en la picota el Tribunal Constitucional, el Supremo, el Consejo General del Poder Judicial y jueces y fiscales de distintas instancias. Sus decisiones se han visto sometidas a un ruidoso escrutinio público basado no tanto en razonamientos jurídicos, como correspondería, como en criterios e intereses partidistas y en la supuesta afinidad ideológica de quienes las adoptan, a los que se encuadra así en uno de los bandos de la guerra de trincheras que domina el Parlamento de forma que su labor es juzgada exclusivamente desde ese filtro.

Tal proceder, trufado de un cruce de gruesas descalificaciones que afectan al rigor profesional de jueces y fiscales, excede con mucho el derecho a la crítica del que en ningún caso puede estar exento el Poder Judicial. Además, merma de forma apreciable su credibilidad -mucho más difícil de restituir, una vez dañada, que de socavar-, lo que no resulta inocuo. En esa ofensiva se han distinguido los independentistas catalanes, empeñados en caricaturizar la democracia española como una república bananera. Mucho más inquietante es que, siendo o no conscientes de ello, se sumen a la desacreditación de la Justicia el PSOE y el PP, las dos formaciones que se han sucedido en el poder en los últimos cuarenta años, en función de que sus actuaciones obstaculicen o faciliten la impunidad de los encausados en el ‘procés’.

Dada su trascendencia, es natural que la amnistía -la piedra angular de la legislatura- desencadene un encendido debate sobre su conveniencia, efectos políticos y legalidad. Pero, por muy enfrentadas que estén sus posiciones, los dos partidos que son el bastión de nuestro modelo constitucional deberían evitar que ese pulso cause heridas irreparables a la imagen de instituciones básicas del Estado de Derecho. Por desgracia, no parecen estar por la labor.