Juan Carlos Girauta-ABC

  • Quienes creyeron que una partida de populistas iba a atenerse a sus códigos éticos y dimitir cuando se les investigara pecaron de ingenuidad

Lo bueno de la Justicia es que siempre avanza. Salvo en el caso Pujol, excepción que confirma la regla y de cuyas particularidades algún día darán cuenta los historiadores. No sé quién si no. Fuera de ese agujero negro para el que la ciencia no dispone aún de explicación, la Justicia camina. Lenta, incomprendida, ajena a la era digital, mermada en sus recursos porque el Ejecutivo no quiere controles y la prefiere desnutrida, maltrecha, enferma. Ejecutivo y Judicial mantienen aquí una relación similar al síndrome de Münchhausen por poderes. Y con todo ahí sigue la togada, cumpliendo su trabajo. A paso de tortuga e imparable. Con sus cinco mil jueces independientes expuestos a las coacciones de hordas de bots, de activistas anónimos de sofá y de políticos sin escrúpulos cuando les toca a ellos rendir cuentas. Jueces señalados por hacer lo que deben, con sueldos que no van muy allá, sujetos a un CGPJ que, en la práctica, resulta de los pactos de un par de líderes partidarios. Pero el trabajo de ese gobierno de los jueces podría hacerlo un programa que decidiera sin sesgos promociones, destinos y quizá sanciones. Por criterios objetivos.

Sobreponiéndose a todo, la Justicia persiste, sigue los cauces previstos. Produce y atraviesa sumarios descomunales en asuntos endiablados por la dificultad y las presiones. Sortea las graves y ocasionales interferencias de fiscalías politizadas cuando el principio de jerarquía se convierte en arma política en manos de un Fiscal General partidista. Y termina cumpliendo con su papel, ensombrecido solo por el principio según el cual la justicia lenta no es justicia. Pero mejor una justicia lenta que ninguna justicia. Y el hecho es que, con todo en contra, ha acabado condenando a exministros, a ex secretarios de Estado, a ex directores generales, a alcaldes, a expresidentes autonómicos, a magnates mangantes. Como todos los poderes del Estado, la Justicia emana del pueblo, y es el pueblo mismo el que, a través de ella, aplica leyes promulgadas por Parlamentos que también emanan de él, sin que escapen a su control Ejecutivos que son asimismo su expresión. No entender este mecanismo de representación es limitación intelectual o falta de conocimientos suficientes. No admitirlo es no admitir la democracia liberal, la única: cuanto se ha llamado democracia fuera de ella es una perversión y una estafa política, trátese de democracias populares o democracias orgánicas.

Gracias a esa virtud judicial que consiste en no detenerse nunca, en presentar resultados al final a pesar de todos los pesares, podemos confiar en la existencia de límites estructurales a la deriva populista que trajo Podemos. O sus excrecencias. Así Colau. Quienes creyeron que una partida de populistas iba a atenerse a sus códigos éticos y dimitir cuando se les investigara formalmente pecaron de ingenuidad. Pero tranquilos, todo llega.