IGNACIO CAMACHO-ABC
- España no sólo tiene el Gobierno más propalestino del bloque europeo sino el pueblo donde Israel suscita más desafecto
Los españoles disconformes con Sánchez no deberían (deberíamos) armar mucho escándalo porque haya montado en Israel un fenomenal lío diplomático. Su sectaria metida de pata merece todos los reproches que queramos pero si hay alguna posibilidad de que no termine este mandato consiste en que a medio plazo sea promovido a algún alto cargo comunitario. Y muchos puntos no ha sumado en esa carrera al pronunciarse con tanta imprudencia como presidente de turno de la Unión Europea. Es difícil actuar con más torpeza, primero confundiendo una rueda de prensa en Tel Aviv con un mitin de partido como el que hoy va a dar en Ifema, y luego anunciando que está dispuesto a reconocer el Estado palestino por su cuenta y a despecho de la postura oficial de las instituciones de Bruselas. A ver quién se lo saca de encima después de esta exhibición de perspicacia estratégica, culminada por el agradecimiento público de Hamás a su intrépida gentileza.
En Moncloa, sin embargo, están más que satisfechos. El entorno sanchista contempla la acción exterior como un complemento de su discurso de puertas para adentro, y en ese sentido el viaje ha sido un éxito que refuerza la cohesión de la alianza de Gobierno. España no sólo tiene el Ejecutivo más propalestino del bloque occidental –junto con el belga, que no es precisamente el mejor ejemplo– sino que el nuestro es también el pueblo europeo donde Israel suscita más desafecto. La izquierda, no sólo la comunista, está en gran parte imbuida de un teórico antisionismo que apenas esconde un potente resabio antisemita. Y el actual PSOE se esfuerza por sintonizar con ese sentimiento de hostilidad hacia la nación judía, pese a ser el partido que en tiempos de González normalizó las relaciones tras varias décadas de rechazo franquista. Resulta complicado guardar el alineamiento al que obliga la posición geopolítica cuando cinco ministros del Gabinete visten mentalmente una ‘kufiya’.
El problema de fondo es el frentismo, la polarización radical, la dialéctica de enfrentamiento binario. El «muro» que pretende separar a los ciudadanos en dos bandos prefabricados a partir de una serie de prejuicios dogmáticos en la que defender, o comprender tan sólo, el derecho hebreo a la existencia convierte a cualquiera en un reaccionario cuando no en una especie de criminal blindado al sufrimiento humano. Atrapado por voluntad propia en ese cuadro simplista, que él mismo ha pintado a base de brochazos esquemáticos, Sánchez se ha olvidado de que la campaña electoral y la investidura han terminado y ya no necesita comportarse como un candidato. Ha abdicado de su responsabilidad como líder occidental para entregarse en Oriente Medio a frívolos guiños propagandísticos, a fáciles tics populistas sin otro motivo que el mero clientelismo y a costa de abrir un conflicto con un país amigo. Así no va a haber manera de sacudírselo.