IGNACIO CAMACHO, ABC – 28/02/15
· Ante la amenaza de Podemos, parte de la derecha andaluza confía en Díaz como garantía de un «statu quo» continuista.
Nada va a cambiar en Andalucía tras las próximas elecciones. Hace ya décadas que la autonomía, nacida como un instrumento de lucha contra el subdesarrollo secular, se convirtió en un aparato de poder sin otro objetivo que el de perpetuarse a sí mismo. La eficacia clientelar del PSOE y la incompetencia del centro derecha han construido un hecho diferencial inédito: el monocultivo político.
Susana Díaz es una criatura crecida en ese biotopo en el que se ha fundido la identidad de las instituciones con la del partido que las ha usufructuado de forma unívoca durante 34 años. Su instinto y su impaciencia la han llevado a tratar de legitimarse cuanto antes en las urnas para consolidar la hegemonía que proyecte sus indisimuladas aspiraciones de liderazgo. Si no ha cometido un descomunal error de cálculo tendrá el camino despejado para aventuras mayores en las que el marco andaluz apenas si volverá a ser más que una lanzadera.
El mérito del socialismo del Sur ha sido el de convertirse en una costumbre. La mayoría de los ciudadanos percibe al partido-guía como una parte del paisaje social y se resigna a aceptarlo como garantía de una estabilidad de índole conservadora. La corrupción, epítome paroxístico de la autoconfianza de un poder omnímodo, ha quedado amortizada en cuanto factor de decisión electoral y se ha integrado en la decoración de fondo de un sistema cohesionado por el pragmatismo pancista. La única convulsión de cambio se registró hace tres años y resultó insuficiente para provocar el desplome del régimen. En marzo Díaz atraerá incluso parte del voto útil de una derecha perezosa, acomodaticia, que no confía en el vigor del PP para frenar a Podemos y que percibe en la presidenta tintes de fortaleza institucionalista.
La comunidad con mayor tasa de paro de España vive agalbanada en su marasmo de inmovilidad, acolchada en redes subvencionales y tramas de intereses que la vuelven refractaria a la incertidumbre. Paradójicamente la única sacudida inconformista que se ha abierto paso en los últimos años es la del frente de rechazo, la del radicalismo rupturista que ha prendido en sectores urbanos y en el propio funcionariado de la Junta. El centro-derecha ha sido incapaz de superar el gatillazo de 2012, de digerir el atasco de su oportunidad histórica y renovar sus opciones de alternativa. Ante la amenaza de la irrupción del extremismo su verdadera candidata es Díaz, representante del mal menor de un statu q uo continuista.
Pero la presidenta, cuya empatía política resulta incuestionable, ha fracasado ya como gobernante. Su gestión es inexistente; los servicios públicos están colapsados y la actividad legislativa ha sido nula en su medio mandato. Estas elecciones, convocadas para entronizarla, son poco más que una fase de su proyecto de poder; sería una broma macabra que tropezase con la piedra de una ambición mal planificada.
IGNACIO CAMACHO, ABC – 28/02/15