OLATZ BARRIUSO-EL CORREO

  • Vox es el único ganador real del 13-F, lo que merecería una reflexión a fondo del bipartidismo que seguramente no llegará

‘Siembra’, rezaba el lema de campaña de Vox, visto lo visto un gancho más efectivo que las fotos con vacas. El de Santiago Abascal es el único de los partidos contendientes, al margen de las exitosas candidaturas provinciales de León y Soria, que recoge frutos tangibles y puede darse por plenamente satisfecho con el veredicto de las urnas el 13-F y, sobre todo, con la endiablada encrucijada que sus trece procuradores pueden suponer para las marcas tradicionales del bipartidismo.

Los militantes que vitoreaban bajo la lluvia en Valladolid al líder nacional y al joven candidato García-Gallardo, «a la intemperie» bajo sus paraguas rojigualdos, simbolizan esa épica de la resistencia a los elementos y a los poderes fácticos que a la cúpula de Vox tanto le gusta subrayar. Un ‘ladran, luego cabalgamos’ que da cobijo a desencantados del PP o Cs pero también a antisistemas, negacionistas, nihilistas y cabreados de todo pelaje. Los sociólogos lo tienen claro: Vox no se alimenta solo del espectro ideológico más a la derecha, sino que, como todos los populismos, actúa como ‘atrapalotodo’ en plena resaca pospandémica.

Un análisis no demasiado profundo de la España actual hace suponer que si la polarización avanza, si la izquierda sigue abonando con discursos extremistas las dinámicas de bloques y el PP continúa intentando mimetizarse con el original en lugar de reivindicar un ‘copyright’ moderado, ese electorado a la contra no hará sino seguir creciendo. Y cuanto más engorde Vox más difícil será que se quede fuera de los gobiernos o que, incluso, quién sabe, llegue a encabezarlos.

El recuento electoral ha llegado plagado de malas noticias para PP y PSOE. Pese a la reducción de la ‘nueva política’ heredera del 15-M a su mínima expresión, por la implosión de Cs y el ‘bluf’ del ‘frente amplio’ nunca concretado de Yolanda Díaz, el bipartidismo clásico anota sus peores resultados desde que se inauguró la autonomía castellanoleonesa.

La magra ganancia de dos escaños no oculta que el PP ha perdido casi 55.000 votos desde 2019 y que se mantiene estancado en el mismo porcentaje, a años luz del ‘ayusazo’ con el que soñaba Génova. El único ‘ayusazo’, ironías de la vida, lo ha protagonizado la propia Ayuso, al volver por sus fueros con la exigencia de que le abran paso a la presidencia del partido en Madrid. No lo tiene mejor el PSOE, que, ni con el viento a favor del Plan de Recuperación pactado con Bruselas y el control del BOE, evita perder siete escaños y más de 117.000 papeletas. A su vez, a Sánchez no le interesa un Podemos a la baja y el giro a la derecha del electorado resulta indiscutible.

La propuesta del socialista Óscar Puente de falicitar la investidura del PP se ha seguido con interés en el PNV

Era cuestión de tiempo, por lo tanto, que empezaran a sonar los ecos de la ‘grosse koalition’. O al menos de una abstención como la propuesta por el alcalde socialista de Valladolid y exportavoz de la ejecutiva federal, Óscar Puente, para facilitar la investidura de Fernández Mañueco. La propuesta, velozmente desautorizada por Ferraz, se ha seguido con interés en Euskadi y en el PNV como una vía efectiva para reforzar el papel moderado del PSOE, que ejercería en ese supuesto de partido responsable de vocación estadista, lo que, a medio plazo, le reforzaría frente a un PP obligado a gobernar en minoría o a elegir a Vox pese a la mano tendida de los socialistas.

Sea por estrategia o por voluntad real de frenar la sangría suicida del bibloquismo, la reflexión sobre el alto el fuego a las hostilidades entre los dos grandes partidos resulta sugerente y hasta necesaria. Pero en el PSOE ha resucitado los recuerdos del dramático comité federal que acabó con el primer mandato de Sánchez y ha enfrentado de nuevo a los entonces partidarios de abstenerse para dejar gobernar a Rajoy y al sanchismo que hizo bandera de lo contrario y ganó. La sombra del ‘no es no’ es alargada.

Por supuesto, Sánchez impone su voluntad, aunque no podrá impedir que arrecien las voces que exigen una reflexión a fondo en el bipartidismo. Algo que seguramente no se producirá. La tentación de empujar al PP a los brazos de Vox es irresistible y para Casado puede resultar también ingobernable la pulsión de aceptar el abrazo del oso de Abascal. Un pulso en el que, de entrada, gana Vox.