ABC-IGNACIO CAMACHO
A Otegui le sirvieron la oportunidad en bandeja y tiró el penalti fuera. Casi hay que agradecerle la franqueza
SI se trataba de un enjuague, no ha funcionado. Después de la entrevista con Otegui, los socialistas más sensatos –más vale que este sintagma no sea un oxímoron– saben que la investidura les va a costar más trabajo. Que se escudara en sus sucios eufemismos para eludir la condena a ETA estaba descontado, pero no hay modo de blanquear su reivindicación del «derecho a causar daño». Después de eso se hace difícil aceptar su colaboración para el Gobierno navarro; para el de España todavía queda ERC, aunque tampoco sea un plato de agrado ya que el propio batasuno se ofreció para ayudar a cocinarlo. En la misma semana, Zapatero ha salido pidiendo indultos para el procès y/o una sentencia que facilite «el diálogo», además de rechazar el apelativo de golpistas que la Fiscalía aplica, con lógica aplastante, a los autores de un golpe institucional contra el Estado. La lavadora de intenciones con la que Sánchez pretendía limpiar a sus posibles socios parlamentarios ha acabado inundando la casa por exceso de centrifugado.
El plan, que habían adelantado Carmen Calvo e Isabel Celaá, consistía en equiparar a Vox y a Bildu con el objetivo de sostener que ambos apoyos son igual de legítimos. Fabulosa equidistancia socialdemócrata entre secuestradores como Otegui y secuestrados como Ortega Lara. De entrada ya resultaba complicado colocar en la opinión pública esa consigna sólo apta para trolls extremistas, para prosélitos muy convencidos, para espíritus impermeables, para incondicionales del sectarismo. No es fácil colar, ni siquiera a los alarmistas con más prejuicios, una analogía entre un grupo de derecha populista más o menos faltona y un partido que se proclama heredero político de una banda de asesinos. Pero la tarea se vuelve imposible si los interesados no aportan un esfuerzo mínimo. Otegui, que ha sido un terrorista en comisión de servicio y ahora está en excedencia, fue incapaz incluso de simular una empatía farisea; renunció a la impostura y declaró sin tapujos que ya no le interesa la violencia porque el proyecto etarra puede continuar sin ella. Sin remordimientos, con una sonrisa dura y gélida que parecía brotar de una conciencia de piedra. Le sirvieron la oportunidad de «normalización» en bandeja y con la mayor naturalidad tiró el penalti fuera. Casi hay que agradecerle la franqueza.
Ahora el presidente tiene un nuevo problema que sumar a la dificultad de convencer a Pablo Iglesias. Si se deja investir por Bildu pasará toda la legislatura escuchando que debe el puesto a los testaferros confesos de ETA. La alternativa es que la vía libre la dé con su abstención algún diputado de Esquerra, para lo que será necesario que alguien convenza al preso Junqueras. Así las cosas, la salida más honorable, la única que evitaría que Sánchez tenga que taparse la nariz para no oler la mierda, sería la de forzar unas elecciones en segunda vuelta.