Se equivoca Eguiguren al suponer que son las instituciones y partidos de la democracia los que deben salir a buscar a los batasuneros para traerlos al mundo real; son ellos los que deben dar los pasos. Tiene que quedar claro que se incorporan al orden constitucional que hemos defendido contra ellos, no a otro modificado para complacer sus exigencias, lo que validaría póstumamente el terrorismo.
Reconozco que formo parte de los que están impacientes por que Batasuna se legalice de una vez. Sería una excelente noticia y un verdadero alivio para todos los ciudadanos de este país. Significaría que ya nadie justifica o ampara políticamente el terrorismo etarra, que todos los que aspiran a plaza parlamentaria repudian el uso subversivo e ilegal de la violencia como coacción política y que asumen el marco constitucional español como fundamento de la convivencia aunque sea con el propósito explícito de rebasarlo hacia la independencia en cuanto alcancen apoyo democrático suficiente. No voy a decir que rezo todos los días para conseguir este objetivo porque, francamente, si ya me parece difícil creer en Dios, me resulta del todo imposible concebir un Dios ocupado en resolver papeletas políticas, como Ban Ki-moon. De modo que prefiero rezarle directamente a la propia Batasuna, que es la única que puede legalizarse a sí misma si pone lo necesario de su parte. Los demás no podemos por mucho que queramos, de verdad: ni Rubalcaba, ni Patxi López, ni el resto del Gobierno, ni siquiera el voluntarioso Eguiguren, que tanto lo intenta. Son ellos o nadie, la cosa no tiene vuelta de hoja.
Lo que exige la circunstancia es que Batasuna haga un ejercicio de realismo político y social o, si me perdonan la pedante referencia kantiana, que ‘despierten de su sueño dogmático’. Es un sueño inducido por la violencia terrorista, la cual no sólo anestesia hasta la inhumanidad la conciencia moral de muchos sino que, sobre todo, les ciega con su espejismo sanguinario para ver la realidad en que viven. La persistencia del terrorismo y su ‘lucha armada’ les ha hecho creer que habitan un mundo virtual, donde rigen las leyes de la guerra, la resistencia contra la ocupación territorial por parte de las fuerzas enemigas y el pueblo que suspira por verse libre de la invasión alienígena: un videojuego, ya sea ‘mortal kombat’ o más probablemente el reino de los comecocos.
Cuando denuncien y renuncien a la violencia, a sus pompas y a sus obras, se disiparán las brumas -o al menos parte de ellas- y se encontrarán donde todos los demás estamos: en un Estado democrático europeo, con sus méritos e insuficiencias como el resto, donde los ciudadanos saben que hay muchos contenciosos políticos, económicos, regionales, etcétera, pero a casi ninguno se le pasa por la cabeza resolverlos asesinando al prójimo discrepante. Y concretamente en un País Vasco en el que la mayoría de los ciudadanos ha viajado y frecuenta los medios de comunicación lo suficiente como para carcajearse cuando alguien les dice que son parte de los oprimidos, excluidos e invadidos parias de la tierra. Salvo para los que siguen abducidos por la mitología apocalíptica etarra, eso ya no cuela.
A mí me parece que, efectivamente, a gran parte de la llamada ‘izquierda abertzale’ se le han caído por fin las escamas de los ojos. A palos, desde luego, a fuerza de derrotas, detenciones y exclusión política de quienes apoyan el terrorismo, pero ya van viendo con mayor claridad dónde están y lo que les espera si siguen como hasta ahora. Sin embargo, aún les queda un buen trecho para llegar a formar parte activa de la normalidad política de este país -me refiero a España, claro- como bastantes deseamos. Por supuesto, lo primero es el abandono de toda complicidad activa o pasiva con el terrorismo aún vigente, por residual que sea. Y el reconocimiento efectivo de que la violencia a condenar es la ilegal e ilegítima de ETA, no la fuerza democráticamente regulada del Estado de Derecho español (o francés, en su caso). No son pacifistas atrapados entre dos ejércitos, sino compañeros de viaje arrepentidos (queremos suponer) de una banda totalitaria que ha asesinado a cientos de ciudadanos libres por querer seguir siéndolo y ha interferido gravemente en la normalidad social de una democracia europea consolidada. El anhelado día del juicio final -o sea, cuando por fin acabe el terrorismo y se integren al debate político civilizado- debe quedar claro lo que son� y, ay, lo que fueron.
Por supuesto, no estamos hablando de un asunto a resolver por ‘los vascos’ sino por ciudadanos e instituciones del Estado español, que es el que hay, y quien no lo acepte así sigue prisionero de la realidad virtual y del videojuego de la violencia.
Y creo que aquí es donde se equivoca Eguiguren, al suponer que son las instituciones y partidos de la democracia española los que deben salir a buscar a los batasuneros para traerlos de la mano al mundo real. Pues no, son ellos mismos los que deben dar los pasos necesarios para ingresar en la legalidad y no esperar que ésta les busque a medio camino: el mínimo esfuerzo que se les puede exigir es que asuman plenamente adónde van, ya que probablemente aspiran a que no se les pidan con excesiva exigencia cuentas de dónde vienen. Tiene que quedar meridianamente claro que se incorporan al orden constitucional que los demás hemos defendido contra ellos, no a otro modificado para complacer sus exigencias, lo que validaría póstumamente el terrorismo.
Por lo demás, ya digo, muchos estaremos encantados de que se legalicen a sí mismos. Les esperamos sin truculencias ni aspavientos vengativos, pero con la lógica firmeza legal.
Fernando Savater, EL DIARIO VASCO, 26/6/2010