Gregorio Morán-Vozpópuli
  • La lengua es un instrumento que tiene ventajas y pocos inconvenientes, con ella se puede hacer una especie de frente popular de sectores protegidos

Con la lengua se puede hacer de todo. Desde pornografía para pederastas como lo ha demostrado el Dalai Lama pidiendo a un niño que le salive la suya, hasta construir un sucedáneo de territorio independiente donde el que quiera vivir tranquilo ha de aprender el lenguaje de los dueños del erial y rendirles pleitesía. No es nuevo en España, un país en el que hace menos de un siglo la mayoría era analfabeta y el que dominaba la palabra gobernaba el mundo que la rodeaba. Nuestros primeros xenófobos políticos quizá fueran los reaccionarios carlistas, defensores de la lengua propia y de la ley vieja, una veta de la que surgió Sabino Arana cuyo rastro llegaría hasta el abertzalismo. Mucho catolicismo añejo y caña al negro liberal. Pío Baroja contaba el incidente que le ocurrió a él y a unos amigos que iban de excursión a la Laguna Negra de Soria cuando se vieron agredidos por una multitud de chavales que los recibieron a pedradas, porque “eran de fuera”. Los capitaneaba el cura de la aldea y ya habíamos entrado en el malhadado siglo XX.

No debe sorprendernos que una enfermera de Cádiz sea sometida a juicio sumarísimo en Barcelona por descojonarse de la obligatoriedad de examinarse para alcanzar el nivel C de lengua catalana. Desde 1983 ha sido la norma pero ha cambiado de sentido. A finales de los años sesenta el doctor Antonio Gutiérrez Díaz, pediatra, aprendió catalán para influir en las clases medias y pudientes de Barcelona dada su condición de secretario general clandestino del PSUC (variante del PC de España). Lo que no había pensado es que la lengua le sería fundamental para mantenerse en un partido supuestamente obrero que empezó a considerar el catalán como lo más trascendental de su patrimonio. Acabarían él y el PSUC en buscadores de fortuna, errantes en la incontestable hegemonía catalanista. No sorprenderse no significa dejar de indignarse.

Habría que recuperar al inolvidable Luis Carandell y su instructiva “Celtiberia Show” para incorporar las iniciativas del independentismo catalanista bajo en calorías. Un grupo de municipios de la provincia de Gerona ha dictado una campaña municipal que consiste en pasar 21 días sin hablar castellano con nadie. Lo ampara el Consorcio de Normalización Lingüística encargado de explicitar que cuando se dice nunca quiere decir nunca, ya se trate de un turista, de un paseante extraviado, o de cualquier extraño disfrazado de negro, latino o magrebí; ni educación ni piedad. Si no habla en catalán no tendrá acceso a la verdad. ¿Por qué 21 días y no treinta o catorce? Desconozco el sentido cabalístico. Ya Josep Plá, se preguntaba de dónde procedían los malos modos del paisanaje. Hay que ser grosero como signo identitario. El que no quiera aceptar la norma, que se vaya.

La guerra lingüística en Cataluña nació cuando la izquierda institucional descubrió lo eficaz que podía ser para sus intereses el ponerse a bien con las clases dominantes del catalanismo.

La guerra lingüística en Cataluña nació cuando la izquierda institucional descubrió lo eficaz que podía ser para sus intereses el ponerse a bien con las clases dominantes del catalanismo. Hasta entonces se trató de una guerra sorda, valga el sarcasmo, que se hacía en los entrepaños del escenario. La inmersión lingüística tras años de franquismo no despertó alertas. Hombres como el poeta Gil de Biedma, que nunca habló catalán más que para dirigirse a la servidumbre, lo avalaron. Los aspirantes a la gloria, lo que en Cataluña se dice “una patum”, se sumaron por más que siguieran escribiendo en la lengua que dominaban y que era de uso común. Una veta de catalanidad recorrió la intelligentsia local. Castellet pasó a llamarse Josep María y hasta Espada dejó el Arcadio de sus primeros artículos en democracia para decirse Arcadi. El listado sería interminable e ilustrativo. Como dijo Aranguren ante el comisario que le interrogó durante la dictadura, “quién no es un poco marxista hoy”. Entonces todos éramos un poco nacionalistas identitarios.

El espíritu pujoliano lo empapó todo. Garantizaba la tranquilidad social en Cataluña y la gobernabilidad de España. José María Aznar desterró a Alejo Vidal Quadras tras el acuerdo con Jordi Pujol e imagino que le importó una higa que Alejo hubiera conseguido los mejores resultados electorales, nunca superados. Recuerdo una sesión parlamentaria donde el líder conservador se dedicó a chancearse del catalán pedestre que hablaban los parlamentarios de Convergencia i Unió. Fue una catarsis que le costaría la sentencia: hay que retirarle del Parlament. Eran tiempos que ahora nadie quiere recordar, cuando Xavier Arzalluz tras pactar con el presidente Aznar en Aranda de Duero, dejó dicho: hemos conseguido con el PP en una jornada lo que no alcanzamos con los socialistas en una década.

Para entendernos, tanto el PSOE como el PP hicieron lo imposible para que la singularidad del pujolismo formara parte del patrimonio nacional. Desapareció misteriosamente el caso Banca Catalana y el mismísimo President, hoy puesto en la picota por sus antiguos avalistas, aconsejó a Felipe González que debía terminar con la corrupción. Le dieron hasta el premio de Español del Año. No vale sacar a relucir al Winston Churchill que se deshacía en elogios a Benito Mussolini; su actitud frente al enemigo borró los despropósitos del pasado tratándose de un tramposo de Estado, o lo que es lo mismo “un estadista”.

La lengua es un instrumento que tiene ventajas y pocos inconvenientes, con ella se puede hacer una especie de frente popular de sectores protegidos

El gobierno en Baleares que preside la socialista Francina Armengol ha promovido la campaña “Mou la lengua” cuya traducción real se reduce a “nunca contestes en castellano”. En una comunidad que vive del turista alcanza el nivel de una mentira social de la que disfrutan unos pocos y sufren muchos. Muertos o suicidados los antiguos trabajadores, disueltas las clases medias, generados de manera efímera los nuevos puestos de trabajo tecnológico, sólo quedan los enseñantes con garantías de un futuro estable; profesores en sus diferentes grados. Han de protegerse del mercado y los menos avispados convertirse en funcionarios. La lengua es un instrumento que tiene ventajas y pocos inconvenientes, con ella se puede hacer una especie de frente popular de sectores protegidos. Como los artesanos antiguos que se reservaban el derecho de admisión en los gremios, sólo que ahora a centenares y con sello lingüístico. La lengua consiente crear un territorio a modo de paraíso natural para profesores autóctonos y asimilados. Los Cruzados de la Lengua. ¡Que se pierde, que se pierde! Pero aquí estamos nosotros.

Para desintoxicarse de la ola de reaccionarismo identitario es recomendable la experiencia de Elias Canetti, tan fuera de onda ahora, y recordar “La lengua absuelta”. Es el retrato de un mundo de idiomas donde los niños aprendían a convivir y a pelearse sin la presencia inquisitorial de un Consorcio de Normalización Lingüística.