Montilla o el triunfo del voluntarismo, una pamema muy propia de un tiempo en el que gobiernan los becarios. La presidencia de un Gobierno, aunque sea autonómico, no es un máster. Si el catalán es la lengua propia de Cataluña, según el Estatut -otro logro del PSC- debería llevarlo aprendido al cargo.
Es verdad que los padres de la Constitución pudieron ahorrarse la obligatoriedad retórica de conocer el castellano en tanto que lengua oficial del Estado. Era inevitable que tarde o temprano las comunidades autónomas adoptaran la obligatoriedad -nada retórica- con respecto a las lenguas cooficiales en sus respectivos territorios. La inmersión lingüística a la catalana tiene sus modelos en Groenlandia y las islas Feroe. Los nacionalistas son muy suyos para elegir modelos: hace pocos años, el consejero de Justicia del Gobierno vasco proponía como modelo de autogobierno las islas Åland, unos peñascos habitados por 25.000 finlandeses que quisieran volver a ser suecos como a principios del XIX, pero tienen sus propios sellos de Correos.
El idioma oficial de los ålandeses es el sueco, lengua materna de la mayoría de la población, incluido el presidente. A Montilla, el catalán se le queda en lengua propia. Hace cuatro meses, la mujer de Pujol, Marta Ferrusola fue entrevistada en una publicación del Grupo Tadio Teletaxi. Preguntada si le molestaba tener un president andaluz, respondió: «Un andaluz que tiene el nombre en castellano, sí, mucho. Y, además, pienso que el presidente de la Generalitat ha de hablar bien el catalán». «Això es una dona!», gritaban enfervorizadas las masas de Convergencia al verla abrazar a su marido tras alcanzar su primera mayoría absoluta. Pujol se desmarcó suavemente del prototipo, y ponderó la integración: «Siempre he dicho que es un hecho que habla positivamente de Cataluña y del president Montilla». También criticó las declaraciones de la ex primera dama el mismo Felip Puig que el pasado día 17 se quejaba de que Montilla no sea «capaz de hablar la lengua propia con propiedad».
Las declaraciones de Puig, Pujol i la seva dona son menos contradictorias de lo que parecen. La voluntad de integración es un mérito del inmigrante y motivo de autocomplacencia para Cataluña, aunque en el fondo, nunca será de verdad como nosotros, para qué nos vamos a engañar. Por otra parte, resulta impropio que el propio Montilla llame lengua propia a la que no sabe hablar con propiedad. ¿Son suficientes los 37 años que lleva en Cataluña para aprenderla? Así, a ojo, es tiempo más que sobrado para que cualquiera convierta en lengua propia el chino cantonés. Cabe pensar que el honorable no ha puesto mucho empeño y pretende que el interés lo pongan otros, obligando a la inmersión lingüística a todos los escolares, sea cual sea su lengua materna.
Lo sorprendente es que el tripartito del PSC vaya más lejos de lo que fueron los nacionalistas. Hace diez años, el Parlament aprobó la Ley de Política Lingüística 1/1998, de 7 de enero. El artículo 21.2 de dicha ley, aún vigente, dice: «Los niños tienen derecho a recibir la primera enseñanza en su lengua habitual, ya sea ésta el catalán o el castellano. La Administración ha de garantizar este derecho y poner los medios necesarios para hacerlo efectivo. Los padres o tutores lo pueden ejercer en nombre de sus hijos instando a que se aplique».
«Estoy dispuesto a recibir lecciones de catalán, pero no de catalanidad», respondió el president a Puig. Montilla o el triunfo del voluntarismo, una pamema muy propia de un tiempo en el que gobiernan los becarios. La presidencia de un Gobierno, aunque sea autonómico, no es un máster. Si el catalán es la lengua propia de Cataluña, según el Estatut -otro logro del PSC- debería llevarlo aprendido al cargo.
Santiago González, EL MUNDO, 28/7/2008