ABC 27/10/14
IGNACIO CAMACHO
· O el poder emprende una limpieza enérgica de este ambiente moral irrespirable, o se la va a hacer la gente sin miramientos
LA solución de la crisis del ébola, eficaz pero tardía, podría ser una metáfora o un símbolo del modus operandi del marianismo. Este Gobierno sabe solucionar problemas, pero casi siempre los aborda con retraso y esa desaplicación le ocasiona costes de reputación irreparables. El famoso manejo de los tiempos de Rajoy va desacompasado con la actual velocidad de los estados de opinión pública. Y aunque a veces pueda ser útil para evitar el contagio de ciertas histerias colectivas, en algunos asuntos está provocando a su partido y a la propia estabilidad del país un desgaste de difícil solución. En el vértigo superficial de la sociedad posmoderna, tan bien adivinado por Kundera en su novela «La lentitud», no basta con ser solvente: hay que parecer rápido.
El PP no sólo parece lento, sino que lo es. Lo está siendo de modo significativo y peligroso ante los escándalos de corrupción, sin evaluar que ante el enorme cabreo de la gente por el latrocinio esa tardanza reactiva no se percibe como flema sosegada, sino como irritante pachorra. O lo que es mucho peor, como complicidad pasiva, como anuencia exculpatoria. El presidente logró escapar del cerco político de los papeles de Bárcenas, pero el cartero judicial ha vuelto a llamar a su puerta dejándole paquetes que exigen acuse de recibo. Las tarjetas de Rato, los dineros B de la sede, la gestión de Acebes, los gastos de campaña de Castilla-La Mancha. Y ante esa acumulación de episodios vergonzantes, el poder no puede contestar sólo con los balbuceos de Cospedal, cuyo entorno también aparece salpicado. La militancia y los dirigentes territoriales están indignados por la falta de respuestas y en los votantes se ha empezado a instalar un inquietante desapego. El cansancio airado de la sociedad ya no entiende la paciencia: exige medidas, actitudes, incluso escarmientos. La espera se ha vuelto material inflamable.
El Gobierno está cometiendo un error de percepción sociológica. La recuperación económica ya no sirve para compensar el hartazgo de un ambiente moral irrespirable, radiactivo. En las tripas del cuerpo social se fragua una catarsis que puede reventar en la convulsión silenciosa de un gigantesco vuelco de castigo, una oleada de ira electoral que destruya el régimen. No es sólo la mayoría gubernamental lo que está en juego, sino la propia supervivencia de un sistema en desplome. El populismo es una amenaza seria que se alimenta de la pasividad y de la inacción. Estamos en un punto crítico de ruptura que exige una mentalidad distinta, sin actitudes contemplativas ni tics de apaciguamiento. O el poder hace la limpieza enérgica que requiere este tiempo, o se la van a hacer los ciudadanos sin miramientos, con el riesgo impremeditado de todas las sacudidas espasmódicas. Los viejos, conservadores resortes de autoprotección sólo sirven ya para engordar al temible partido de la cólera.