Iñaki Ezkerra-El Correo
Siempre hemos integrado en la vida democrática a quienes vienen de tradiciones ideológicas que no lo son. ¿Por qué debe ser Vox una excepción?
La expresión la utilizó Valls en diciembre de 2018 cuando se abrió en Andalucía la veda para los pactos postelectorales como se ha abierto ahora en toda España. Valls dijo entonces algo que es obvio: que el discurso de Vox es el de la extrema derecha europea. Pero adornó su análisis con una expresión que merece objeciones: «Vox tiene la lepra». La primera objeción que se me ocurre es que el racismo y la xenofobia no son enfermedades físicas de las que huye todo el mundo (ningún leproso quiere serlo, ni siquiera el padre Damián que se fue a Molokai a pillar el bacilo), sino morales que se contagian con entusiasmo y que son confundidas por quien voluntariamente las padece con la salud más pletórica. La segunda objeción que me viene a la cabeza es que la lepra de la que hablaba Valls es la misma que padecen de origen el nacionalismo vasco y el catalán. Ni siquiera usando su tono más matonil, ese tono que a uno personalmente le repugna, la gente de Vox ha llegado a decir de los inmigrantes lo que han dicho del resto de los españoles Arana y Prat de la Riba, Arzalluz y Torra. El primero de ellos los comparó con los monos, el último con las víboras y las hienas.
No. No es preciso ir hasta Bildu, como ha hecho Ábalos, para buscar un discurso antidemocrático que nos sirva de referencia comparativa. Rasgos tan antidemocráticos e incluso directamente totalitarios podemos hallar en más de la mitad de los partidos que hoy sientan a sus diputados en las Cortes. El que no es racista ni xenófobo en sus raíces fundacionales tiene en su ADN ideológico la dictadura del proletariado. Más aún, decir que un partido político tiene casi cien años de historia o más de cien años no es ninguna garantía democrática porque lo que se estilaba hace un siglo como una revolucionaria novedad era el desprecio a la democracia cuando no el totalitarismo puro y duro. Siendo así, y si hemos considerado positivo todo pacto que sirva para integrar en la vida democrática a quienes provienen de tradiciones ideológicas que no lo son, uno no ve por qué hay que hacer con Vox una excepción. En su día juzgamos que eran buenos para la convivencia los gobiernos de socialistas con el PNV de Ardanza porque obligaban a este último partido a renunciar a la pureza racial en la política práctica. En su día se juzgó también positivo que los antisistema, pese a sus ramalazos leninistas y estalinistas, entraran en las instituciones porque ello suponía la aceptación tácita, ya que no expresa, de estas.
Sí. La tercera objeción que uno le ve a la lepra de Valls es lo que el uso de ese término tiene de despectivo hacia quienes padecen tal enfermedad. Se supone que nuestro Estado Social debe dar a todo paciente la prestación médica gratuita, no estigmatizarlo, como en el Medievo o en los tiempos bíblicos. Curemos caritativa y democráticamente al leproso Abascal.