ABC-IGNACIO CAMACHO

Asimilar a la derecha democrática con los nazis es una miserable estrategia de estigmatización a través del lenguaje

Amedida que una discusión se alarga, la probabilidad de que aparezca una comparación con Hitler o el nazismo tiende a uno. Éste es el célebre enunciado o principio de Godwin, un guasón harto de esa tópica hipérbole que frivoliza el genocidio como los propios nazis banalizaron, según Anna Harendt, el mal absoluto de su proyecto asesino. Todo opinador debe estar atento a eludir esta tentadora analogía que tiende a colarse en cualquier proceso discursivo, por más que a veces tenga sentido cuando se refiere, por ejemplo, a la violencia terrorista que expresa en su propia naturaleza una voluntad de exterminio. Incluso en el disculpable contexto del componente supremacista que en Cataluña exhibe el separatismo, el hallazgo semántico de los lazis parece un exceso de ligereza para describir el designio excluyente de los lazos amarillos. Conviene, en general, evitar el manido abuso trivializador que, si en una conversación informal o cotidiana resulta gratuito, se vuelve una barbaridad inaceptable cuando aparece en el debate político.

Pero he aquí que el presidente del CIS, el ínclito José Félix Tezanos, no tenía mejor referente para referirse a los partidos del centro y la derecha que representan en España a la mitad de los ciudadanos. Y no se quedó corto: equiparó su pugna electoral con la rivalidad de bandos hitlerianos que acabó resolviéndose en la sangrienta «noche de los cuchillos largos». Abriéndose de capa y adornándose en la suerte con pose de intelectual versado. Desde hace tiempo, la izquierda tiende a negar legitimidad a liberales y conservadores utilizando la presunta herencia del franquismo para excluirlos del marco democrático. A Tezanos, sin embargo, se le ha ido la mano. Insatisfecho del parangón con Franco ha recurrido –con pretencioso alarde historicista, para mayor escarnio– a la más brutal, extrema y monstruosa de las equiparaciones con que se puede denigrar a un adversario. El término «analogía» es inapropiado; se trata de un vulgar insulto, un denuesto políticamente procaz, una expresión de rechazo inadmisible en el representante de un organismo del Estado que después de pronunciarla no puede continuar un día más en un cargo cuya neutralidad ya ha profanado varias veces con un sesgo manipulador y sectario.

No se trata de una anécdota ni del calentón mitinero de un botarate: el asunto es grave porque hablamos de un hombre del círculo de confianza del presidente Sánchez. Y hay todo un repetido argumentario ideológico detrás de esa frase, un repertorio dialéctico de combate con que los socialistas y sus aliados radicales arrasan el protocolo institucional para marcar al rival con enormidades miserables –fascistas, herederos de la Falange, etc– según la clásica estrategia de señalamiento y estigmatización a través del lenguaje. Que el tal Godwin me absuelva pero ése era, exactamente, el método de los nazis.