En su memorable discurso de octubre de 1977 como adalid de la ley de amnistía que finiquitó la dictadura franquista y por la que los españoles se amnistiaban entre sí, en atinada expresión de aquel PCE que la festejó como corolario a su “Declaración por la Reconciliación Nacional” de 1956, el diputado comunista y fundador de Comisiones Obreras, Marcelino Camacho, encomió el hito de ser un perdón reclamado por toda la Nación. De hecho, así lo refrendó el rotundo respaldo de las primeras Cortes democráticas. Dicho lo cual, aclaraba que, “a partir de ella, el crimen y el robo no pueden ser considerados, se hagan desde el ángulo que sea, como actos políticos”. Al cabo de 47 años, refutando esos principios cardinales con una contramnistía que dota de impunidad a sus firmantes, el sanchismo y el separatismo corruptos, o lo que es igual, dos cárteles delictuosos acometen que el crimen y el robo se ponderen “como actos políticos”.
Esta contramnistía de la impunidad es la ganzúa para asaltar la legalidad constitucional merced al Golpe de Estado que se opera desde el Palacio de la Moncloa como extensión del que se registró el 1-O de 2017 desde el Palacio de la Generalitat, una vez han unido su designio un evasor del Estado de Derecho como Pedro Sánchez y un prófugo de la Justicia como Carles Puigdemont. De esta guisa, Felipe VI asiste a la recreación de la escena que Chateaubriand describe en Memorias de Ultratumba al observar cómo se adentran en la antesala real “el vicio [Talleyrand] apoyado en el brazo del crimen [Fouché]” en vísperas de la restauración borbónica tras la debacle napoleónica en Waterloo.
La sombra alargada de dos golpistas como Sánchez y Puigdemont acecha la antecámara de La Zarzuela donde el Jefe del Estado habrá de sancionar una ley de punto y final a la democracia española
Expresada con la sencillez de aquel metalúrgico de la Perkins, embutido en los jerséis de punto que le tejía su mujer Josefina desde sus años de presidio, aquella verdad como un puño -nunca mejor dicho- sí que alumbró, no sin trabas y frente a las bombas de quienes torpedeaban la democracia, un fidedigno “tiempo nuevo”. Nada que ver con la flagrante arbitrariedad que dos impostores, tratando de dar gato por liebre, perpetran en provecho mutuo para sortear el imperio de la Ley como ejemplo arquetípico de que las democracias pueden ser corroídas desde dentro por los bárbaros que pasan a detentarlas. Si Juan Carlos I pudo atajar la asonada militar del 23-F y su hijo, Felipe VI, pudo apelar a las instituciones contra la intentona secesionista del 1-O, ahora la sombra alargada de dos golpistas como Sánchez y Puigdemont acecha la antecámara de La Zarzuela donde el Jefe del Estado habrá de sancionar una ley de punto y final a la democracia española luego de que un presidente perjuro le presente a la firma esa pena capital contra la Constitución y la Nación.
Todo ello, cuando Puigdemont era un hombre derrotado y pensaba que todo se había acabado para él. Así, lo admitió cuando no llevaba ni medio año en Bruselas, luego de fugarse oculto en el maletero de un coche. De hecho, así se reveló en enero de 2018 cuando un reportero de El programa de Ana Rosa se topó con la exclusiva periodística del año sobre el “procés”. Después de anular a última hora su asistencia a la proclamación del aspirante nacionalista a la Alcaldía de Lovaina y delegar en otro huido, Toni Comín, ex conseller de Sanidad, se apagó el interés para los periodistas españoles hasta que se encendió la pantalla del móvil de Comín. Emplazado cerca de éste, el periodista observó cómo, mientras éste consultaba su teléfono, apareció el nombre “Carles” en el servicio de mensajería y le hizo una señal a su compañero cámara para que enfocara el celular. Al regresar al hotel y descifrar las imágenes, se encontraron con una pormenorizada confesión de Puigdemont a Comín. “Los nuestros -le refería- nos han sacrificado. Al menos a mí. Vosotros seréis consejeros, pero yo ya estoy sacrificado”. “El plan de Moncloa triunfa”, le reconocía antes de admitir que “el ridículo es histórico”, luego de que el presidente del Parlament, Roger Torrent, hubiera aplazado la investidura del propio Puigdemont acatando lo ordenado por el Tribunal Constitucional. Al cabo de este sexenio, el “Pastelero Loco” se enseñorea, por contra, de España haciendo claudicar a quien juega con ella como si fuera el Falcon presidencial.
Sí la amnistía de 1977 abría las puertas de la democracia y de la reconciliación nacional, esta contramnistía sabotea la primera y pone en riesgo la segunda, al ser una medida de conveniencia y connivencia entre Sánchez y Puigdemont contra la convivencia de los catalanes entre sí y de estos con el resto de los españoles. Así, “El Vivales” de Waterloo, émulo del bandolero catalán Serrallonga, y “El Vivillo” de la Moncloa, imitador de aquel otro que hizo honor a su apodo logrando eludir la Justicia pese a sus fechorías como salteador de caminos, secuestrador o cuatrero, hasta acabar en Argentina como hombre de negocios, se preservarían su indemnidad con esta ley de puerta batiente. No en vano, borrarían con ella delitos de toda laya -latrocinios, terrorismo o alta traición- cometidos hasta la entrada en vigor de esta “autoamnistía”, a la par que desguarnecen al Estado de instrumentos de autodefensa a fin de que esos amnistiados políticos puedan reincidir sin persecución alguna.
Con el soberanismo no caben dudas de que volverá a intentar declarar la independencia, pues se considera con derecho, como verbalizó Puigdemont el jueves tras el dictamen favorable de la Comisión de Justicia del Congreso sobre el proyecto de amnistía, “a continuar el proceso (…) sin ser violentados por las estructuras del Estado”. Y tampoco para Sánchez al beneficiarle esa proposición de ley en lo que hace a un eventual delito de alta traición que pudiera haber consumado tras su operación de compra-venta con el fugitivo para ser presidente.
Pasma cómo el Consejo de Ministros ha cobijado a una organización criminal que reportó untuosas mordidas a comisionistas sanchistas que explotaron el Covid19 para enriquecerse como buitres mientras se amontonaban los cadáveres de una gran mortandad favorecida por una negligente actuación
A este propósito, no conviene echar en saco roto la reforma del Código Penal de diciembre de 2022 que modificó la malversación de caudales públicos y suprimió el delito de sedición por el que se condenó a los golpistas indultados por Sánchez y a los que hoy procura amnistiar. Entonces se entendió que era una de tantas cesiones al soberanismo. ¡Como si no le viniera también como anillo al dedo a la corrupción sanchista a cuenta de lo que empezó siendo el “caso Koldo”, por el aizcolari al que confió Sánchez la custodia de los avales en su carrera por reconquistar la secretaría general del PSOE! El tal Koldo no deja de ser, en términos cuarteleros, un ‘machaca’ dentro del gran tinglado que ronda las estancias monclovitas que moran los Kirchner españoles sin que haya servido de cortafuego suficiente su antaño edecán en el PSOE y en el Gobierno, José Luis Ábalos. Con sus amistades peligrosas en los negocios de altos vuelos y pródigos rescates públicos, la mujer del César, Begoña Gómez, se ha mostrado más descuidada incluso que aquella Pompeya que no dejó otra opción a Cayo Julio César que desposarse porque “la mujer de César no debe estar ni siquiera bajo sospecha”. Pasma cómo el Consejo de Ministros ha cobijado a una organización criminal que reportó untuosas mordidas a comisionistas sanchistas que explotaron el Covid19 para enriquecerse como buitres mientras se amontonaban los cadáveres de una gran mortandad favorecida por una negligente actuación.
Con este pasaporte falso de la autoamnistía que se despachan Sáncheztein y Putindemong, amén de pertrecharlo para sacar adelante los Presupuestos del Estado, el inquilino de La Moncloa aspira a seguir vivaqueando uncido a quien hoy marca el designio español por la ambición inescrupulosa de un psicópata del poder que ha hallado en el Napoleoncito de Waterloo la horma de su zapato. Tras negar el peligro de una pandemia y de enriquecerse, el triministro Bolaños saca pecho de esta gran corrupción y traición que entraña que un delincuente autolegisle su impunidad con quien, de esta forma, busca cimentar una autocracia que, con esa mayoría, imposibilite la alternancia política devastando el Estado de Derecho y anulando la separación de poderes.
Los dos próximos objetivos en comandita de Sánchez y Puigdemont son la persecución y estigmatización de aquellos jueces que no rindan sus puñetas, a los cuales han situado en la picota, y a la prensa crítica, valga la redundancia
Aunque diera la impresión de haber perdido el oremus, hay que ser comprensivos con las bolas de Bolaños y que se felicite a sí mismo participando del narcisismo de su caudillo. Pese a tanto daño como causa, podrá seguir cortando el cupón monclovita y, andando él caliente, ríase la gente con esta caricatura en que ha degenerado en cuanto se ha percatado de qué depende su sueldo y posición. En su circunstancia, no es tanto aquello que admitía el democristiano Íñigo Cavero, ministro con UCD, de que, “cuando nos nombran algo, nos pegan un perdigonazo en el ala y ya no volvemos a volar igual”, es que su servilismo es lo que le permite descollar en una banda de insensatos al servicio del “loquero mayor de un manicomio suelto y desbordado”, como se reconocía Antonio Maura hijo como ministro de la II República.
Por esa senda de abyección, los dos próximos objetivos en comandita de Sánchez y Puigdemont son la persecución y estigmatización de aquellos jueces que no rindan sus puñetas, a los cuales han situado en la picota, y a la prensa crítica -valga la redundancia- , a la par que se emplean ingentes fondos públicos para engrosar “el equipo gubernamental de opinión sincronizada” con quienes pasarán de berrear el “coronavirus oe” al “corrupcovid oe”. A ver si, por medio de “broncanos” de alquiler, la gente no compra “motos” críticas cambiándole los ojos porque cada día será más complicado modificar la terca realidad.
Entre tanto, habrá que ver si “El Vivillo de La Moncloa” tras contrabandear con “El Vivales de Waterloo” padece lo que Albert Boadella denominó con negro sentido del humor “la maldición de Serrallonga”, luego de sufrirla en sus carnes. Después de llevar a las tablas en 1974 la historia del bandolero catalán Joan Sala, no cejaron de sobrevenirle percances. Como ha pormenorizado el cómico en alguna ocasión, antes de su estreno, ya una actriz se rompió un tobillo y hubo de ser sustituida; en el teatro Romea; otra intérprete se deslumbró con unos focos y se despeñó de una estructura quedando paralítica; durante otra dramatización, una espada cayó sobre la platea a un palmo de un espectador con un “¡oh!” del público creyendo que formaba parte del espectáculo; y, en Valencia, otro actor -por un error en la carga de un trabuco- sufrió un disparo mientras los asistentes aplaudían su dramatización. Para mayor fatalidad, el hermano de Boadella falleció en accidente de coche al regresar de un restaurante denominado a la sazón “Joan de Serrallonga”. Dicho lo cual, hay que ser muy optimista para aventurar ante Felipe VI, como sor María Jesús de Ágreda ante Felipe IV, que “esa navecilla de España no ha de naufragar jamás, por más que llegue el agua al cuello”.