Juan Abreu-Vozpópuli

  • Las Diversidades y la Identidades instrumentalizadas más allá de lo folklórico no fortalecen España, la debilitan

Cumple años la Constitución y a la Presidenta del Congreso de los Diputados y mucama de SánchezFrancina Armengol, le han ordenado que  ponga en marcha la campaña que pretende enmendarla. No es suficientemente sanchista, supongo.  Hay que decir, por otro lado, que la Constitución al margen del valor que se le otorgue (muy merecidamente) incurre en un funesto error fundacional: alimenta suicidamente las fantasías tribales y sus abscesos más purulentos, entre otros, las jerigonzas propias, los pujos de país y las identidades folklóricas elevadas a rango sacramental. Y convierte en ariete antiespañol, en mayor o menor grado, es cierto, los nacionalismos regionales. De la manera más insensata y cobarde, a las fantasías tribales catalana y vasca, pero en general a todas las fantasías tribales españolas.

La Constitución, otro grave error fundacional, da carta de realidad a la existencia de españoles de primera y se segunda. Los de primera los integrantes de tribus con derechos (léase privilegios cuasi raciales) llamados históricos  o forales, y de segunda el resto de españolitos simples que sólo ¡sólo! son ciudadanos españoles. Y todo en nombre de la Diversidad, de las Identidades Propias. Valiente mierda. La Identidad en un país moderno y democrático es la Ciudadanía. Y esto hay que repetirlo hasta la saciedad y defenderlo con todas nuestras fuerzas: las Diversidades y la Identidades instrumentalizadas más allá de lo folklórico no fortalecen España, la debilitan. Son sus enemigas.

Todos han traicionado

Hay que seguir el rastro de la lombriz (intestinal) sanchista para corroborar esta debilidad: un Gobierno de España a merced de un antiespañol y separatista prófugo de la Justicia.  No es que otros Gobiernos no hayan cuidado y alimentado la semilla tribal incrustada en la Constitución, todos lo han hecho en mayor o menor medida, todos han traicionado (esta es la palabra) la idea de la España de ciudadanos libres e iguales. La idea de que España ha de ser unipolar; si se divide en 17 mini estados que chupan insaciables de la ubre generosa que es la idea de España, no es que España como país esté condenado a fracasar, es que está condenado a desaparecer devorado por las 17 tribus (cada una con su banderita y su ejército de mangantes). Diecisiete tribus cuyo propósito principal es ser cada día que pase menos españolas y más y más tribales. Y en este camino comarcal, sectario y primitivo, han avanzado mucho. Tanto, que en la región o provincia catalana los universitarios (que son todos y ante todo españoles) no pueden hacer sus exámenes en español (¡el idioma del único país que hay en España), han de hacerlos en catalán, jerigonza local, por Ley. Puede llamarlo ustedes de la manera que quieran, pero es nada más y nada menos que el triunfo de lo tribal que desemboca siempre, por fuerza, en la imposición de la Ley de la Tribu.

Primero aceptaron y convirtieron en algo natural lo de las nacionalidades tribales españolas, trocear España y crear un ejército de burócratas y políticos provincianos (en todos los sentidos) para así intentar contentar a las tribus, lo que el tiempo ha demostrado que fue un enorme error.  Simultáneamente, igualaron las jerigonzas regionales españolas con el gran idioma español. Esto ha sido utilizado por los nacionalistas regionales para sacralizar sus jerigonzas y embarcarse en una campaña perpetua contra el español, campaña que no es más que una estrategia de desespañolización de España. Y, pregunto, de qué manera puede describirse honestamente, con apego a la verdad, esta campaña de desespañolización de España sino como traición. Traición. A la Constitución y al país que generosa las permite. Traición. Y como traidores debería tratárseles, si quedara en la política española un ápice de sentido común.

Dejar de ser españoles

Tanto éxito ha tenido la traición (normalización, la llaman los tribales) de las fantasías regionales que han convertido a los ciudadanos españoles en ciudadanos catalanes, vascos, gallegos, etcétera, logrando así un triunfo descomunal en el camino de la rebelión antiespañola: los ciudadanos españoles de esas regiones han dejado de ser, al menos retóricamente, ciudadanos españoles, con el consiguiente resquebrajamiento de la unidad ciudadana del único país que hay en España: España.

Todo eso consumió años, décadas, en las que poco a poco pero de forma inexorable, se aceptaron como reales y naturales todas estas ficciones y pujos xenófobos, aldeanos y racistas. El objetivo de la horda tribal reconocida y alimentada por la Constitución es dejar de ser españoles, lo sostienen con gran impudor sus dirigentes que se declaran “no españoles”. Dando paso así a una España en la que las fantasías y mentiras tribales se imponen a la realidad.  ¿Hay que cambiar la Constitución? Por supuesto. Lo primero sería prohibir todo partido tribal, separatista o independentista. Y la razón para hacerlo es muy sencilla: en España, gracias a la Constitución, se ha impuesto la Ley de la Tribu. No la del Ciudadano, como debería ser. Esa aberración debe ser enmendada.