Editorial, ABC, 30/10/12
Los textos legales en los que se basa la Unión y el Derecho Internacional hacen imposible el proceso rupturista abierto, de manera unilateral, por el nacionalismo catalán
LA Unión Europea es una asociación de Estados soberanos, pero no basta con proclamar unilateralmente tal condición para ser reconocido como miembro. Los textos legales en los que se basa la UE son claros al respecto y el Derecho Internacional tampoco ofrece dudas: una parte segregada de un Estado matriz debería iniciar todo el proceso para alcanzar su reconocimiento internacional, primero, y solo después podría aspirar a ser aceptado como miembro de la UE, un trayecto en el que necesitaría contar con la aprobación expresa de España, que mantendría su condición de miembro y, por tanto, su derecho de veto. Los artículo 4 y 20 del Tratado de Funcionamiento de la Unión especifican que los socios avalan las competencias nacionales, «especialmente las que tienen por objeto garantizar su integridad territorial» y que si se pierde la nacionalidad del país miembro, se pierde de inmediato la europea.
Los partidarios de la independencia deben explicar claramente a los catalanes lo que eso significa, porque la condición de «Estado miembro de la UE» que ofrece Artur Mas no es algo que esté en sus manos poder cumplir. Lo que en realidad está prometiendo es un futuro dudoso e inquietante, más parecido a Kosovo, un territorio que cuatro años después de haberse declarado independiente carece hasta de prefijo telefónico y que, desde luego, no puede decir que su integración europea esté próxima. A lo largo de la historia, la UE se ha hecho a base de unir entidades políticas, porque se trata precisamente de ello, de ganar peso juntos y cultivar las cosas que tenemos en común los europeos, no las diferencias. Solo ha habido el caso de un territorio, Groenlandia, que ha preferido separarse del país al que estaba unido, Dinamarca, lo que supuso en consecuencia su salida de la UE. Lo que no existe todavía es el caso de un territorio que quiera salir de la UE para volver a entrar en la comunidad, con todo el componente de extravagancia que comportaría este viaje con destino al punto de partida.
Europa se protege de las aventuras. Si las aspiraciones de Cataluña se generalizasen en otras regiones —si en lugar de ser la Europa de los Estados fuera la de las regiones—, significaría el colapso de unas instituciones que, si les cuesta moverse con 27 votos, se paralizarían con 80 o más voces. Alguien puede decir que esa disolución de los Estados sería la única manera de que se forzase la creación de unos Estados Unidos de Europa, pero esa ambición está muy lejos de las aspiraciones del nacionalismo. Además de enarbolar pomposamente una pirotecnia soberanista con la que pretende confundir a los catalanes, Mas tendría que explicar a los votantes que si se consideran «ahogados» por la España de las autonomías, deberían horrorizarse ante la perspectiva de ser una micronésima parte de una gran Europa unida.
Editorial, ABC, 30/10/12