Cuando se celebran unas elecciones se produce siempre, al menos en España, un fenómeno singular. Los vencedores sacan pecho y apenas se detienen en pensar dónde han fallado para corregir sus puntos más débiles y no repetir la exhibición de sus carencias; que suelen ser muchas y tan notorias como para exigir una reflexión.
Pero lo más llamativo de los perdedores es que todos apelan a algo indeterminado que emerge como un bálsamo curador de heridas que jamás se explicitan. Es lo que llaman «hacer una reflexión profunda».
Nada más ridículo que pretender una reflexión profunda sobre lo superficial. Rebobinemos. Primero fueron los pellets, unas bolitas que amenazaban la vida del planeta. Hubo quien vio ahí un nuevo Prestige hasta que fue patente que la basura contaminante que iba a arrasar la civilización estaba en proporciones alarmantes en la mayoría de las costas españolas, donde siguen ahora, condenadas al silencio. Luego vino ese balón de oxígeno de la amnistía; un fangal donde se metió el PP con una candidez que aún es difícil de explicar. Afirmar que durante 24 horas analizaron la amnistía en Cataluña me parece algo tan razonable como una obviedad. Algo habrá que pensar para abordar los 3 mil posibles procesados, a menos que estemos dispuestos a abrir colas en los juzgados.
Una amnistía redactada por los jefes de los insurrectos es la peor de las salidas posibles, y además, de consecuencias desastrosas para una sociedad democrática, entre otras cosas porque su intención es la de volverlo a hacer. Así lo dije en la fábrica del nacionalismo catalán (TV3) ante la perplejidad de los presentes, porque para eso estamos.
Si yo me dedicara a la política, cosa que está muy lejos de mi edad y ánimo, tendría que hacer una reflexión nada profunda para animar a que los jueces cumplieran su papel y que los líderes y activistas de la asonada cargaran con sus culpas penales. Todo lo demás son cotufas en el golfo. Sacar asunto tan evidente en el final de la campaña electoral de Galicia es como para pensar que el PP está dirigido por una partida de frívolos que disparan con pólvora de rey cuando su enemigo utiliza armas de destrucción masiva.
Había programado el Gran Jefe Indio que las elecciones gallegas debían ser un referéndum sobre Núñez Feijóo y es verdad que la cohorte mediática le siguió el juego
Las supuestas reflexiones profundas después de la derrota se limitan, en la monarquía absoluta en la que se ha convertido el PSOE, a inventarse una urgencia insólita: crear virreinatos autonómicos fieles y populares, algo tan insólito como ser pelirrojo y negro, que los hay pero son rareza (Nada tan radical como la utilización de metáforas insólitas en un mundo podrido por lo políticamente correcto).
No son posibles los virreinatos saludables cuando la primera tarea que se le encomienda al mandado es el vasallaje incondicional al Poder Absoluto. No me voy a detener en el caso Barbón y Asturias, que es un ejemplo de esa mediocridad condicional que le permite pastorear la presidencia de una Comunidad en permanente agonía, donde la sumisión al mando fraterniza con una clase política digna de orquesta en romería.
Había programado el Gran Jefe Indio que las elecciones gallegas debían ser un referéndum sobre Núñez Feijóo y es verdad que la cohorte mediática le siguió el juego. No bastaba con que el candidato no fuera el tal Feijóo, ni siquiera era suficiente que ganara las elecciones sin arrollar, había que humillarle e incluso contrataron libre de gastos a un payaso para darle alegría a la fiesta y disimular la mascarada, y allí fue un tipo con cara de palmolive y disfrazado de Zapatero.
Con un guapo, un gracioso y un novato desvaído bastaba para no precipitarse por el barranco. Asumían que su triunfo consistía en salir derrotados siempre que el otro, el enemigo principal, no ganara del todo. Tertium non datur, el tercero no cuenta, que decían los escolásticos ahora que la política se ha vuelto tan viejuna que algunas voces de la inteligencia conservadora, ayer maoísta, añora la Restauración canovista. Aspirar a ser el tercero sin medalla de bronce, no deja de ser más una debilidad que un consuelo, en política y en la vida misma.
Sospechosa la derrota de Sumar y de su lideresa en la que fue en su tierra, entre sus paisanos. Despierta la sensación de que conociéndola bien porque viene de estirpe y es veterana en el territorio, no se fían de ella; la última esperanza colorada de la izquierda institucional. Mala señal para quien pensaba en una Anunciación con un partido de retales que se promete ya como un Requiem.
En Galicia no es fácil saber qué se votó respecto a la amnistía, lo que sí es palmario es que se votó contra el apaño sobre lo importante
Si Podemos aspiraba a los cielos y se quedó en una partida de Cruzados de la Fe en un matrimonio de rentistas mediáticos, Sumar se va de cabeza a la Nube, ese nuevo limbo de la alta tecnología. Por su parte, Vox no se inclina a las reflexiones, ni profundas ni superficiales, vive de reacciones y Galicia es legendaria por su capacidad de ser pausado.
Agotado el relato de convertir unas elecciones autonómicas en un plebiscito, ahora toca revertirlo en el «horizonte europeo», porque pase lo que pase en el País Vasco el próximo abril toda su aspiración consiste en esperar a que la saquen a bailar para formar pareja. Las elecciones de junio al parlamento europeo quedan aún muy lejos. Cuatro meses con este enrarecimiento general dan para mucho. Cualquier incidente, cualquier intromisión del azar, cualquier decisión imprevista, puede echar al traste el castillo de naipes de la minoría absoluta.
En Galicia no es fácil saber qué se votó respecto a la amnistía, lo que sí es palmario es que se votó contra el apaño sobre lo importante. Basta decir que la victoria más llamativa fue la del voto, la que nadie en la cohorte de adictos osa mencionar, porque les duele donde más les afecta. Del 49% de 2020 se pasó ahora a 67,3 y eso hiere en lo más hondo al discurso dominante; en día borrascoso y militante la gente salió a decir que existen. Eso es suficiente para invitar a una reflexión que puede ser profunda aunque no se atrevan a hacerla.
Y estaba todo como para que los empoderados se mantuvieran hibernando cuando apareció un tumor que amenaza ser maligno. ¡Ante ustedes la estrella local Koldo el Aizkolari! ¿Alguien se acuerda de Luis Roldán, el vendedor de enciclopedias que llegó a delincuente de Estado? La historia, entre nosotros, no se repite como farsa sino como chiste de Zapatero.