EL MUNDO – 17/03/15 – ARCADI ESPADA
· La premisa fundamental por la que los clubs de fútbol Barcelona y Bilbao van a jugar la final de la Copa del Rey es que España existe. No sólo como nación, que es lo de menos, y discutido y discutible, sino como Estado. Y como Estado, dotada de los símbolos convencionales, himno y bandera, y de un Jefe. Todo eso que los independentistas de esos dos clubes desprecian y cada vez que se da el caso, abuchean. La actitud de los fanáticos, exponencialmente multiplicada en la olla gregaria del Estado, es un ejemplo simbólico del temple moral de los secesionismos españoles: muerden la mano que les da de comer, aunque sólo después de haber comido.
Los insultos al himno y al jefe del Estado no son sólo insultos a la autoridad, sino insultos al resto de los españoles y a los nexos políticos que han acordado entre ellos. A pesar de todo me parece plausible que los abucheadores invoquen la libertad de expresión. Hay una confusión grave sobre la libertad de expresión y sus llamados límites. La democracia convencional no legisla estrictamente sobre la libertad de expresión sino sobre las conductas que en el ejercicio de este derecho merecen castigo. Es posible que un jugador de fútbol insulte al árbitro en el estadio. Es posible que un ciudadano insulte al Rey en el estadio o en la calle. Lo más interesante de estas conductas es que su necesidad se manifiesta como un bien superior a la evidencia del castigo que va a acarrearles. Hay una desesperada exigencia de justicia en el jugador que le dice al árbitro: «Vaya cara que tienes, vendido». Y también en el que le dice al Rey: «Ets un felip brut». Son hermosos ejercicios de la libertad de todo hombre de contradecir las leyes. Hermosos, porque sabe la que le va a caer. Caso distinto es el de aquel que amparado en la chusma, y su nutriente él mismo, se da a la vejación y al insulto con la seguridad de que no será castigado. El momento sucio en que la responsable libertad de expresión se convierte en la irresponsable dictadura de la expresión.
El poder democrático tiene la obligación de erradicar de la convivencia social cualquier forma de dictadura. Y es evidente que para que el abucheo en el estadio adquiera la bella fisonomía de la libertad debe complementarse con un castigo inolvidable que devuelva a los abucheadores el mérito que jamás debieron perder. Ese castigo (la imposibilidad, por ejemplo, de que el equipo de los abucheadores juegue el torneo al año siguiente) castigará a justos y pecadores, desde luego. Pero la sinécdoque es una figura moral inexorable en la aperreada vida de las masas.
EL MUNDO – 17/03/15 – ARCADI ESPADA