Editorial-El Correo
- Está en manos de Pedro Sánchez que estos 50 años de esperanza compartida se conmemoren con actos de Estado y no solo de Gobierno
El programa de celebración de los cincuenta años sin Franco, bajo el lema ‘España en libertad’, comenzó ayer con la intervención del presidente, Pedro Sánchez, que advirtió sobre los riesgos que nuestro país y Europa corren de retroceder en términos democráticos a causa de que «el fascismo que creímos dejar atrás es ya la tercera fuerza» en la Unión. Y denunció la existencia de «una internacional ultraderechista liderada por el hombre más rico del planeta», Elon Musk. Es de esperar que el centenar de actos que el Gobierno se dispone a organizar en el país y fuera de él pongan el acento más en la conmemoración de la Transición y el inicio de la vía constituyente como fruto del diálogo y de la reconciliación tras cuatro décadas de dictadura por parte de quienes resultaron vencedores de una cruenta Guerra Civil, que en el recordatorio del dictador. Más en la exposición de los hitos de la democracia y sus fortalezas que en el anuncio de los peligros que arrostra con el ascenso del populismo extremista.
La condena moral y política del franquismo no se vuelve mayor ni más elocuente por reiterarla. Y menos aún si se recurre a interpelar a quienes no proceden exactamente de la misma forma, pero cuyo compromiso con la democracia es incuestionable. Está en manos de Sánchez que estos cincuenta años de esperanza de libertad, primero, y de homologación democrática, después, se aborden con actos de Estado y no solo de Gobierno. Porque la inmensa mayoría de los españoles celebran este medio siglo, bien como logro propio, bien como legado de sus mayores. El presidente tiene la obligación intransferible de esforzarse hasta el último detalle para librar al programa ‘España en libertad’ de la controversia partidista. Del mismo modo que el ministro Ángel Víctor Torres debió ahorrarse la pulla de «quién que es demócrata puede defender el franquismo o la dictadura de cuatro décadas», lanzada al término del último Consejo de Ministros.
La equiparación histórica y la confusión conceptual pueden contribuir a dramatizar el presente, identificando todo populismo de derechas con el fascismo y el franquismo. Pero al referirse a acontecimientos tan trascendentales con lenguaje mitinero se corre el riesgo de contribuir a la banalidad del mal. Si toda la derecha extrema es franquismo, puede que nada lo sea en la percepción de los más jóvenes, a los que al parecer se dirigen especialmente los actos.