- Orwell: «Quién controla el pasado, controla el futuro. Quien controla el presente controla el pasado» (intuyó la Ley de Memoria Democrática). «La guerra es paz» y «la libertad es esclavitud» ejemplifican el concepto de verdad que nos deparan.
Cuando el Gobierno llama «regeneración» a arrogarse infalibilidad, solo quienes no hayan leído a Orwell lo considerarán mero recochineo. No es que esté mal, al menos no aplauden con las orejas el nuevo paso del totalismo al totalitarismo en la autocracia sanchista, como el equipo de opinión sincronizada con Intoxicaurrondo al frente de la escuela de sirenas. Es un punto de partida correcto sentir que se burlan de ti mientras te atracan con impuestos confiscatorios, dedican su tiempo y presupuestos a beneficiar a Marruecos y, en los ratos libres, te convierten en espantajo para insultarte y meter miedo a los pusilánimes. Sin embargo, te estás perdiendo la parte más siniestra, la orwelliana. Parte escalofriante, parte que ilumina zonas sombrías del hombre, la sociedad y el poder. Normalmente no percibidas. Intuidas sobre todo por Kafka, articuladas con menor genialidad, aunque con talento, por Huxley, y colocadas por Eric Arthur Blair, alias George Orwell, en inequívoca superposición con la lógica soviética de su época, de cuya monstruosidad fue testigo directo en la Barcelona de la guerra, cuando los comunistas de obediencia estalinista exterminaron al POUM.
Leyendo las cartas y anotaciones del londinense, sabemos de sus repentinas e inaplazables ganas de «asesinar fascistas». O sea, no dabas un duro por él. Un turista del crimen, alguien con ganas de matar, cuanto más mejor, sin consecuencias. Matar a religiosos, matar a industriales, matar al que guarda unas cruces en casa, matar a cualquiera de los que el Frente Popular llamaba «fascistas», que eran todos los que a él no pertenecieran. Es decir, si Orwell hubiera muerto entonces, no le recordaríamos. Y si lo recordáramos, sería como a un amigo del asesinato que vino a España a aprovechar la impunidad bélica, disfrazarse de héroe e inspirarse para alguna novela. Pero sucede que quien había venido «a matar fascistas», integrado en el POUM, vio a sus compañeros, marxistas no estalinistas, acusados a su vez de trotskistas ¡y fascistas! Supongo que Mr. Blair no comprendió hasta entonces el truco más viejo de la Comintern, el truco del etiquetado deshumanizante. El truco que pervive: hoy mismo se lo he sufrido a un hijo de Caín en un pleno del Parlamento Europeo: ignorar al tercer grupo de la cámara en la creación de nuevas comisiones, dice, no es faltar a la ley, sino «antifascismo». Ese nos mataría, y no es comunista.
Orwell casi sufrió en sus carnes lo que había venido a provocar. Como resultado, dado su talento literario y su innegable profundidad a la hora de analizar las relaciones del poder con la sociedad, concibió ‘1984’ en 1949, anticipando algunas medidas sanchistas apoyadas por todo el espectro político, salvo Vox. Me refiero al establecimiento de una policía del pensamiento y a la neolengua. Orwell: «Quién controla el pasado controla el futuro. Quien controla el presente controla el pasado» (intuyó la Ley de Memoria Democrática). «La guerra es paz» y «la libertad es esclavitud» ejemplifican el concepto de verdad que nos deparan.