KEPA AULESTIA, EL CORREO – 27/09/14
· Mas y Urkullu encarnan dos versiones del soberanismo que compiten por una meta difusa.
La fábula atribuida a Esopo presenta a los dos animales, al veloz y al lento, compitiendo por alcanzar una misma meta. De alguna manera el nacionalismo jeltzale y el soberanismo convergente, Iñigo Urkullu y Artur Mas, están compitiendo por demostrar cuál de las dos vías, la vasca o la catalana, logrará antes su objetivo. A diferencia de la fábula, en este caso la meta parece más difusa, y puede que ni siquiera sea la misma. Los requerimientos de los portavoces de UPyD y del PP para que el lehendakari Urkullu dijese claramente si su objetivo último es o no la independencia no obtuvieron, en el pleno del jueves, otra respuesta que la de la remisión a los estatutos jeltzales.
Por su parte, CiU no reveló que pediría votar a favor del Estado independiente en el referéndum convocado hoy para el 9 de noviembre hasta días después de que se conocieran las dos preguntas. Pero imaginemos una meta genérica común a ambas corrientes nacionalistas: el logro de un Estado propio diferenciado del resto de España. El supuesto atajo que representaría la consulta corre el riesgo de trabar las patas de la liebre hasta conceder ventaja a una tortuga que parece no avanzar bajo su caparazón de Concierto y Cupo.
La liebre nunca corre en línea recta. Se ufana de poder quebrar la persecución de sus depredadores –Rajoy y el Tribunal Constitucional, aunque también ERC y Pujol– valiéndose de su «habilidad y astucia» –en palabras de Mas–. Pero el zigzagueo del veloz personaje de la fábula ha acabado desconcertando a todos menos al presidente, de gira por China, y desorientando a la propia liebre. Eso sí, sus quiebros han permitido a Artur Mas neutralizar por unos días el placaje al que se veía sometido por Oriol Junqueras y eludir formalmente la ineludible comparecencia de Jordi Pujol ante el Parlament. Mientras tanto, la tortuga encarnada por Urkullu sueña con encontrar en el camino momentos de oportunidad que le permitan seguir avanzando con la seguridad necesaria para conseguir que nadie –es decir EH Bildu– sobresalte el poder jeltzale, contemplando de reojo cómo la liebre catalana se entretiene mirándose ante el espejo de la Historia que ayer volvió a echar abajo su mentor.
La liebre comenzó su carrera espoleada por la multitudinaria Diada de 2012, y confía en llegar pronto a meta aupada sobre la enorme ola ciudadana de sus ediciones de 2013 y 2014. Por el contrario, la tortuga evita despertar a las masas y se contenta con reunir a los suyos mañana en las campas de Foronda para que la vean pasar en pos de un horizonte indefinido, pero ‘nuestro’. Es sorprendente el abismo que separa la excitación que vive el catalanismo, otrora tan posibilista, en relación a la calmosa marcha del soberanismo vasco. Euskadi y Cataluña celebraron sus últimas elecciones autonómicas en 2012. Si nos atenemos a las formaciones que obtuvieron representación en una y otra cámara, aquí casi el 60% del voto fue a parar al nacionalismo vasco, mientras que allí el catalán no llegó al 48%, aunque el 9,89% favorable a la consulta de ICV podría equiparar el respectivo peso electoral del soberanismo. Pero ni siquiera ese empate explicaría la alegría con la que la liebre catalana sigue dando saltos, frente a la tortuga vasca que se muestra casi taciturna en su prudencia.
Hace dos años, en Cataluña, una buena parte de la sociedad civil le cogió la delantera a la sociedad política, a la democracia representativa. La primera cuestión es si la ciudadanía emergió de pronto con enorme fuerza, o son los partidos y las instituciones catalanas los que se vinieron abajo. La segunda es cómo el propio concepto de sociedad civil ha podido acabar subsumido en la reclamación, netamente política, de una consulta soberanista hasta orillar todas las demás causas por las que la gente tiene razones para protestar, incluida la indignación por el escándalo Pujol.
Los partidos e instituciones vascos mantienen el monopolio de la sociedad política, sin duda excesivo, porque no solo son capaces de regular las ansias independentistas que, según las encuestas, siguen manteniéndose en la constante de un tercio de la población desde 1977, ni más ni menos, sino que colonizan cada rincón de la vida comunitaria. La liebre corre y corre, aunque sea a trompicones, a sabiendas de que, mientras el personal contempla su carrera, se olvida de lo demás. La tortuga tiende a caminar agazapada, intuyendo que así puede acallar mejor los reproches que emanan de la sociedad civil. Pero ambas sociedades continúan bajo control.
La carrera va a ser muy larga, interminable. Probablemente, la liebre acabe desfondada mucho antes que la tortuga, pero seguro que ésta tampoco llegará a meta. Artur Mas convocará hoy la consulta porque el derecho a votar es lo que concita más voluntades en Cataluña. Es significativo cómo se acaba obviando sobre qué se pretende votar y la materialidad de las opciones en juego. Algo que la liebre tiene y no tiene en cuenta. Se acuerda de ello cuando recurre a ese último eufemismo de las «garantías democráticas», alegando que las decisiones que se adopten requerirían llevar consigo un marchamo de homologación exterior. Se olvida cuando improvisa sus saltos y ni ella misma sabe hacia dónde saldrá corriendo cuando el TC suspenda la consulta.
La seguridad jurídica de los actos institucionales no apela únicamente a un requisito formal sino que, ante todo, protege los intereses ciudadanos frente a los abusos o la temeridad del poder. La tortuga se muestra en ese punto mucho más cauta, aunque no se resista a las evocaciones fetichistas de la reserva adicional del Estatuto de Gernika. «La aceptación del régimen de autonomía que se establece en el presente Estatuto no implica renuncia del Pueblo Vasco a los derechos que como tal le hubieran podido corresponder en virtud de su historia, que podrán ser actualizados de acuerdo con lo que establezca el ordenamiento jurídico». Adicional que solo puede materializarse mediante el pacto, porque no hay vestigio alguno de derechos que pudieran sernos devueltos «en virtud de nuestra historia».
KEPA AULESTIA, EL CORREO – 27/09/14