Ignacio Camacho-ABC
Casado debe calibrar el riesgo de hacer planes que dependan de factores ajenos. Rivera está en la calle por eso
La gran diferencia entre el Rivera de este verano y el Casado de este otoño es que la mayoría de los votantes del segundo no quieren que ayude a investir a Sánchez. El presidente despierta en el electorado de derechas una fobia tan acusada que prevalece incluso por encima de los intereses de la patria. Hasta para los más templados de entre los simpatizantes del PP, la posible conveniencia de un pacto constitucionalista choca con la desconfianza en un personaje del que sospechan que a la primera oportunidad les volvería la espalda y que además tiene demostrado el nulo valor de su palabra. Pero más allá de esa ventaja, el líder popular tiene una pregunta que responder, y es la que hundió al de Cs por no saber o no querer contestarla: si no cree que un Gabinete apoyado por él sería objetivamente mejor para España que uno del PSOE a pachas con los separatistas y la izquierda más sectaria.
Ese compromiso transversal no tendrá lugar porque ninguna de las partes quiere. Es en lo único en que están de acuerdo. Las entrevistas de ayer en el Congreso carecían de sentido porque Sánchez fingía la inexistencia de un esencial elemento previo: que tiene firmada una coalición con Podemos, y que lo que planteaba a Arrimadas y Casado era que le diesen su visto bueno. No hay negociación posible sobre ese modelo. De modo que esta ronda tardía es un grosero invento gubernamental para ganar (o perder) tiempo mientras los independentistas solventan su debate interno. Ésa es la única opción real en este momento; otra cosa será si el candidato fracasa de nuevo. Y entonces tal vez no le corresponda a él encabezar el siguiente intento porque se habría demostrado un aventurero incapaz de salir del bloqueo.
Hasta ahí, el centro y de la derecha tienen un cierto margen para justificar su estrategia. No pueden ir de comparsas de un frente que ataca su proyecto de sociedad y sus ideas; si se acaba formando, les tocará ejercer la oposición -en disputa con Vox- y liderar una respuesta. Sin embargo, en política resulta muy arriesgado diseñar planes cuyo cumplimiento depende de factores ajenos. Eso fue lo que hizo Rivera, basándose en un análisis incorrecto, y hoy está fuera de la partida y del juego. El PP cometerá la misma equivocación si da en creer que la alianza social-nacional-populista que Sánchez está tejiendo tiene una expectativa de escaso trecho. Como logre fraguarla y aprobar un presupuesto la puede estirar un trienio; máxime si en Cataluña se forma un tripartito paralelo. En ese supuesto, el breve interregno que prevé Génova se convertirá en una áspera travesía del desierto.
La decisión crucial hay que tomarla ahora y será antipática en cualquier caso. El margen de error es grande y la iniciativa última está en otras manos. Pero en eso consiste el liderazgo: en una borrosa, instintiva, expuesta y casi aleatoria línea entre la gloria y el descalabro.