ABC-IGNACIO CAMACHO
A Sánchez se le han podrido las expectativas. Por eso va a aceptar la ruptura de un tabú histórico socialista
EL eco de una rencilla familiar e ideológica que tiene más de un siglo empujó siempre al PSOE a rechazar coaliciones de gobierno con los partidos comunistas. Las ha firmado en los municipios –desde 1979– y en muchas autonomías bajo el criterio de que en esas instituciones se ventilan asuntos de índole más o menos administrativa, pero a escala nacional constituían un tabú, una especie de superstición política. González se negó, en su último mandato y único en minoría, a negociar con Julio Anguita, que tampoco estaba dispuesto porque se aferraba a su teoría de «las dos orillas»; el felipismo profesaba auténtica aversión a Izquierda Unida y prefirió considerar socios preferentes a los nacionalistas. Zapatero no tuvo que elegir porque en sus tiempos IU carecía de masa crítica. A Sánchez, que desde su resurrección ha venido orientando la socialdemocracia hacia un claro sesgo frentepopulista, se le ha aparecido al final el vértigo de ser el responsable de ese salto al vacío, de esa inflexión cualitativa. Y la va a aceptar, pese a sus sobrevenidos recelos, como único remedio para evitar una investidura fallida y ante la evidencia de que el largo postureo de dos meses le ha podrido las expectativas. Salvo que en un postrero volantazo de remordimiento decida tirarse al precipicio de las elecciones repetidas, será él quien cruce la línea que todos sus antecesores contemporáneos consideraron una frontera prohibida.
Es posible que su resistencia de última hora haya sido sincera; el pasado siempre pesa. Pero todas las decisiones que ha ido tomando desde su vuelta conducían de forma inevitable, y muchas veces explícita, a la alianza de izquierdas. Sabedor de su debilidad electoral en una escena fragmentada, ha descontado el apoyo de Podemos en todos sus cálculos y cuentas. Si alguna vez creyó que podría limitarse a gestionar una simple confluencia de programas y medidas concretas ha cometido una equivocación superlativamente ingenua. Como todo partido comunista, aunque se trate de una versión posmoderna que utiliza el populismo como herramienta, Podemos nació para el poder, no para limitarse a ejercer una cierta influencia. Y tras una convulsa etapa de crisis y purgas internas, ha visto llegar el momento de utilizar su fuerza. El presidente tal vez haya medido mal las suyas o ha minusvalorado la capacidad táctica de Iglesias; en la obsesión por el relato que le han inoculado sus gurús de cabecera, ha creído que un veto personal excitaría su orgullo y le empujaría a cerrar con estrépito la puerta. Y lo que ha hecho ha sido entregarle la llave del Gabinete para que la maneje desde fuera. Con sus ministros dentro y las manos libres para hacer oposición cuando le convenga.
La efímera impostura centrista del sanchismo se desmorona. Está donde lo ha llevado su propia lógica. A contramano de su tradición y su historia.