Editorial, EL ECONOMISTA, 21/11/11
Hasta hace escasos días, se interpretaba que los mercados habían concedido una prórroga a España, a la espera de que llegase un nuevo Gobierno con un mandato inequívoco para las reformas. Sin embargo, semejante ilusión se ha evaporado. La subasta de deuda del Tesoro español a 10 años rozaba ayer el 7%. Tal cifra sirve de suelo para toda la financiación de empresas y familias, de modo que hace prácticamente imposible que en la actual coyuntura de bajo crecimiento se pueda tomar prestado. Además, la carga de la deuda estatal aumenta hasta los 30.000 millones y representa ya lo mismo que se abona por el paro. Si a eso añadimos que la Sanidad puede tener un desfase de 15.000 millones; que la Seguridad Social raya los números rojos; que ya se ha recortado a casi la mitad la inversión en infraestructuras y que el crecimiento ha sido plano en el último trimestre… todo ello implica que los ajustes tendrán que ser brutales, y éstos alimentarán la recesión. En estas condiciones de mercado, se abre la puerta a que las elevadas refinanciaciones que tiene que abordar tanto el país como la banca o las empresas no encuentren el respaldo de los mercados y, por tanto, nos quedemos sin fondos… Junto a Italia, lo que sumaría dos países que precisan cantidades demasiado grandes incluso para el fondo de rescate de la UE o el FMI.
¿Acaso se trata de los malditos especuladores? Mucho nos tememos que no. El grueso de los inversores ha preferido evitar el riesgo. Observan que los niveles de endeudamiento, crecimiento y envejecimiento de la población hacen imprescindible recortar los Estados del Bienestar. Pero al mismo tiempo también comprueban cómo la medicina de la austeridad para todos prescrita por Alemania no brinda réditos. Incluso el ahora inseparable compañero de jornadas de Merkel está padeciendo una severa digestión. Ayer, la prima de riesgo de Sarkozy superaba los 200 puntos. El dúo bautizado como Merkozy no sólo se arriesga a quedarse solo, sino que además una pata ya cojea sospechosamente. No extraña que los mercados huyan de todo aquello que tenga la etiqueta euro. ¿Todo? Bueno, de Alemania no, lo que se ha traducido en una financiación muy barata para Berlín y que los alemanes alcancen el mayor nivel de empleo desde la reunificación. La asimetría en los ajustes es evidente. Puede parecer lógico que los germanos se enorgullezcan de haberse reformado desde 2002 para ser más competitivos y ahora disponer de 41,2 millones trabajando. Pero no olvidemos que entonces podían disfrutar de unos tipos acomodaticios y que fueron capaces de prestar sus ahorros a la periferia disfrutando de rendimientos altos. Y ahora quieren que se les devuelva hasta el último euro. Pretenden que todos atraviesen un periodo depresivo-deflacionario para recuperar la competitividad. ¿Pero cómo se va a poder devolver así toda la deuda?
Se ha impuesto la teoría de que los Gobiernos de la periferia son administradores concursales. Justo eso es lo que esperan de Rajoy. Y los mercados lo van a querer ya. El favorito en las encuestas ha podido encubrir lo que debe hacer a fin de garantizarse una mayoría absoluta esencial para aplicar el cambio. Pero el nuevo presidente ha de presentar un plan muy duro y creíble el primer día después de las elecciones. Aunque ni siquiera eso puede que funcione. La llegada de los populares no asegurará la salida del agujero. Sufrimos una crisis de liquidez tornada en una de solvencia y una aún mayor de la propia divisa euro. El próximo Ejecutivo necesitará una mayor flexibilidad de Merkel conforme ejecute las medidas y en Alemania también se vean arrastrados por una recesión europea muy profunda debido a la incertidumbre creada.
Editorial, EL ECONOMISTA, 21/11/11