La lluvia fina

ABC 03/08/14
IGNACIO CAMACHO

· El Gobierno ha cumplido su agenda económica, pero su desapego de la política perjudica la confianza en la recuperación

Mariano Rajoy se ha ido de vacaciones enfrentado a una de las contradicciones más inquietantes para un político: la paradoja que se produce cuando a la seguridad de tener razón se opone la duda de que la gente quiera dársela. El presidente está en lo cierto cuando proclama el asentamiento de la recuperación. A trancas y barrancas ha hecho sus deberes: evitó el rescate, estabilizó las cuentas y puso las bases del despegue. La inversión exterior ha vuelto, el turismo y los servicios progresan y el paro, aunque aún en cifras insoportables, decrece. Sin embargo, esa realidad objetiva contrasta con la percepción mayoritaria de unos ciudadanos que continúan instalados en un pesimismo estructural, en una decepción de índole casi existencialista. Y ello es porque el intenso esfuerzo gubernamental sobre la economía se ha producido a costa de un sensible menoscabo de la política.

Esa desatención amenaza ahora la confianza en un Gobierno que, concentrado en su agenda económica, permitió que se instalase el malestar con el funcionamiento del sistema. En primer lugar porque incumplió sus promesas fiando su credibilidad al éxito pragmático. En segundo término porque mientras luchaba contra la quiebra financiera abandonó el programa de regeneración institucional. Y en último extremo porque la falta de empatía, de tacto político, ha sembrado en la sociedad una sensación global de recelo que alcanza a toda la clase dirigente. España es hoy una nación moralmente devastada por la convicción mayoritaria de que la corrupción se ha adueñado de toda la escena pública y de que sus élites se han enriquecido mientras las clases medias y populares se hundían. De tal modo que el pueblo ha dejado de creer y sospecha que la pregonada recuperación es otra mentira.

Contra ese escepticismo Rajoy ha apostado por la estrategia quietista de la lluviafina, aquella metáfora con la que Aznar vendía la certidumbre de su éxito. La convicción de que el estado de ánimo sombrío se disipará a medida que la mejoría se vaya notando de forma irreversible en el cuerpo social. Esa es la últimaratio del marianismo, una idea basada en el paradigma del pragmatismo burgués que está por contrastar en el contexto de un colapso de la burguesía. El sufrimiento ha sido agudo, el deterioro intenso, y va a dejar secuelas largas. Incluso los segmentos de población más próximos al ideario liberal-conservador se sienten maltratados, desprotegidos y zarandeados. Y están dejando de confiar no solo en el Gobierno, sino en el régimen. En un grado que tal vez no logre compensar del todo ni siquiera la amenaza de la irrupción de los verdaderos antisistema.

Negar la recuperación solo es posible desde la mezquindad o el sectarismo. El gran problema del Gobierno consiste en cómo ponerla en valor, después de treinta meses de daño y aflicciones, ante una sociedad aficionada a la política indolora.