Editorial-El Español
La polarización que aflige a la política europea se ha instalado definitivamente en Alemania, hasta hace poco ejemplo de moderación en la vida pública. Es la primera vez que un partido de ultraderecha gana unas elecciones regionales desde la segunda guerra mundial, después de que, según las estimaciones, Alternativa por Alemania (AfD) se haya hecho con el primer lugar en los comicios de este domingo en Turingia.
La AfD ha quedado segunda, por muy poco, en Sajonia, otro de los Estados federados del este de Alemania, por detrás de la Unión Cristianodemócrata (CDU). Y las encuestas apuntan a que ganará las elecciones regionales que se celebran a finales de mes en Brandeburgo.
Las elecciones europeas del pasado junio ya sirvieron de aviso para el centroderecha de la CDU: aunque ganó los comicios, la ultraderecha experimentó un sorprendente auge y quedó en segundo puesto. Esta vez, el partido que fue expulsado del grupo del Parlamento Europeo de Le Pen por ser considerado demasiado extremista (tras los comentarios de su candidato descriminalizando a las SS) le ha ganado en Turingia con el 30% de los votos, y casi empatado en Sajonia.
También ha sobrepasado la versión radical de la izquierda a su expresión moderada en estas elecciones regionales. La Liga Sahra Wagenknecht (BSW), con un 16% de los votos, ha aventajado en Turingia al Partido Socialdemócrata (SPD) con el 12%. Y en Sajonia, su 12% también ha superado al 8,5% de los socialdemócratas.
Es de hecho la coalición entre el SPD, Los Verdes y los liberales (que gobierna también a nivel federal) la principal perdedora en estos comicios. Los ecologistas se han quedado fuera de la cámara en Sajonia y han estado a punto de no lograrlo en Turingia, mientras que los liberales no han alcanzado el mínimo del 5% para obtener representación.
La coalición gobernante, que atraviesa una tensa crisis, ha obtenido los peores resultados de su historia a un año de las elecciones nacionales de Alemania. Lo que podría suponer un tétrico preluido para un Olaf Scholz en caída libre, y una primera catapulta para el líder de la CDU, Friedrich Merz.
La gestión del que es uno de los últimos líderes socialdemócratas fuertes que quedan en Europa ha sido castigada. Al SPD le ha desbordado una extrema izquierda xenófoba, pro-Putin y antiinmigración.
La Alemania actual, que parece sempiternamente al filo de entrar en recesión, va camino de perder su imagen de solvencia, pujanza y unidad. El mito de la locomotora alemana, motor económico de Europa, se resiente tras las huellas dejadas por la sucesión de crisis de refugiados, de la pandemia y la energética por la guerra de Ucrania.
Estas elecciones regionales han hecho aflorar además las fracturas territoriales que han sobrevivido a la reunificación de 1990, cuyo proceso cohesionador parece estar experimentando una reversión.
No es sólo que la mitad del voto de Turingia y Sajonia esté aglutinado en dos partidos extremistas y populistas. La AfD y la BSW obtienen grandes resultados en las cinco regiones que equivalen a la antigua República Democrática Alemana, con la AfD triplicando los votos que saca en el oeste.
Aunque los líderes de estos partidos explotan el sentimiento de agravio de esta zona en vías de desindustrialización, lo cierto es que sus datos económicos no son peores que los del oeste. La explicación a su auge hay que buscarla más bien en la pervivencia de una cultura política en la antigua zona comunista donde no arraigaron tanto los partidos democráticos. Y que parece por tanto más receptiva a los líderes de tintes autocráticos, a la retórica antipolítica y a la demagogia.
Además, estos Estados, desangradas por la decadencia demográfica y el declive de sus ciudades, ofrecen un buen caldo de cultivo para la proliferación de un discurso xenófobo e islamófobo. El líder en Turingia de la AfD, propagador de la teoría del gran reemplazo y de otras tesis conspiranoicas sobre la pandemia, fue condenado por utilizar lemas nazis en sus mítines. Y su partido, apelando a los apuñalamientos perpetrados en los últimos meses por inmigrantes en Alemania, propone deportar a dos millones de personas del país y detener toda acogida durante al menos cinco años.
Al menos, Turingia, el mismo Estado donde los nazis debutaron en un gobierno regional en 1930, no parece condenado a seguir el mismo destino. Todo el resto de partidos se han comprometido a mantener el «cortafuegos» contra la ultraderecha, lo que hace muy remotas sus posibilidades de formar gobierno.
En Francia se ha comprobado que el cordón sanitario de las fuerzas democráticas contra los extremos puede funcionar, pero no basta para frenar las tendencias de fondo que explican su crecimiento. Que los partidos tradicionales saben que la cuestión migratoria será determinante lo prueba que no sólo el CDU, sino el propio Scholz han acometido recientes virajes en su aproximación al fenómeno, proponiendo endurecer las condiciones de acogida. Los contornos de la política europea que viene han empezado a avizorarse este domingo en el este de Alemania.