Hace bien el Gobierno impidiendo que los recintos festivos sean lugares en los que se socializan las ventajas de la muerte, se entroniza a los asesinos y se pone una diana a los aspirantes a muertos. Muchos nacionalistas se lo agradecerán; y quienes lo critican puede que algún día lo vean normal, como tantas otras cosas que en su día escandalizaron.
La decisión del lehendakari Patxi López de acabar con los espacios de impunidad del mundo violento, así en el ocio como en el negocio, ha irritado profundamente a los portavoces del PNV, a los bifrontes portavoces de EA y a los también escindidos de EB. Es más que probable que la iniciativa -puesta en marcha por la Ertzaintza, a las órdenes del consejero de Interior, Rodolfo Ares- haya satisfecho al que fue presidente del PNV, Josu Jon Imaz, que defendió, mientras estuvo en el cargo, la necesidad de restar legitimidad al terrorismo en todas sus variantes.
La voluntad de acabar con el enaltecimiento de los terroristas en las fiestas forma parte de la larga lucha contra el terrorismo en la Comunidad Autónoma Vasca, una lucha que consiste en la conquista de lo obvio. Muchas de las medidas que hoy forman parte del arsenal político y argumental de buena parte de los vascos han costado años de muertos, toneladas de palabras en papel y muchas lágrimas, hasta ser percibidas como lo que eran desde el principio: cuestiones lógicas y de sentido común.
Así, dejar establecido que lo primero que hay que hacer con alguien que comete delitos es detenerle, ponerle a disposición de la justicia y que ésta decida por cuánto tiempo le envía a la cárcel, ha costado años de insistir en la idea y años de ser insultado, denostado y amenazado por defenderla. Detenían a un etarra, de la base o de la cúpula, y el etarra de guardia nos decía: la solución policial no es solución; el etarra es fruto de un contexto; así no se arregla el llamado ‘conflicto’. Esta propaganda machacona venía a decirnos que como sí se solucionaba el llamado ‘conflicto’ era dejando al etarra en la calle, libre para que matara a troche y moche, mientras desde el lado democrático se organizaban seminarios sobre el contexto y vigilias de flagelación por los errores presuntamente cometidos desde Atapuerca y que explicarían el ansia de matar etarra. Aquí hemos visto cómo un grupeto de miembros de la mesa nacional de HB se personaban en medio de una operación policial, desplegada en Vizcaya para detener a un etarra de alias ‘Gadafi’, y exigían a los ertzainas que desmontaran la búsqueda y dejaran huir al asesino. Hay ejemplos a patadas.
Durante años, el argumentario terrorista, y no sólo de los terroristas, ha establecido que el problema es la Policía, que si no fuera por la presencia de la Policía las fiestas en nuestros pueblos y ciudades transcurrirían ‘en paz’. Esta melonada la han hecho suya dirigentes del PNV y, por lo que vemos, alcaldes de EA y políticos de su escisión, y dirigentes de EB y políticos de su escisión. También aquí sobran los ejemplos. Pueblos asolados en plenas fiestas, como Bergara hace unos años, en los que no había ni un solo policía mientras los aprendices de etarras, encapuchados, aterrorizaban a los vecinos, lanzaban cócteles incendiarios, prendían fuego a contenedores y a todo lo que encontraban a su paso, hasta que la Ertzaintza, ausente en el momento más explosivo del ataque planificado, llegaba tarde al lugar del terror y procuraba no detener a nadie.
No hace falta ser un lince para entender que si un joven ha sido socializado desde que tiene uso de razón en el enaltecimiento de los criminales, presentados como héroes generosos, y en la estigmatización de los guardias civiles, los policías y los ertzainas, es estadísticamente probable que cuando sea mayor vea como buenos a los malos, como malos a los buenos y el asesinato como la forma natural de relacionarse los primeros con los segundos.
De manera que hacen muy bien el lehendakari socialista, Patxi López, y el consejero de Interior del Gobierno vasco, Rodolfo Ares, en mandar a los ertzainas a retirar las fotos de los asesinos, en pedir que no se apoyen las barracas de los violentos, en tratar de recuperar el sentido común, también en las fiestas. Hacen bien los socialistas en el Gobierno vasco en luchar por establecer lo obvio, en impedir que los recintos festivos se conviertan en lugares en los que se socializan las ventajas de la muerte, se entroniza a los asesinos y se señala con una diana a los aspirantes a muertos. Josu Jon Imaz, y otros muchos nacionalistas, se lo agradecerán; la inmensa mayoría de los ciudadanos vascos se lo recompensará; y los que se lo critican, pasados unos años, es posible que lo vean como normal, como tantas otras cosas que en su día escandalizaron, que han servido para achicar los espacios a los violentos y que hoy forman parte de los valores establecidos entre los demócratas vascos.
José María Calleja, EL CORREO, 1/9/2009