ABC 01/10/14
IGNACIO CAMACHO
· El Estado tiene la ley y la razón, pero los soberanistas tienen el relato, la mitología, el marco mental. La propaganda
VA a haber ruido, mucho ruido. El Estado tiene la ley y además tiene la razón, pero el soberanismo catalán tiene el relato, el marco mental, que es el nombre posmoderno de la propaganda. En una sociedad con el pensamiento deconstruido por la brevedad sintética de Twitter no hay modo de competir con la brevedad contundente de un eslogan de dos palabras. Para rebatir la falacia escondida en la simpleza del lema «dejadnos votar» se necesitan argumentos complejos: el derecho constitucional, la titularidad de la soberanía, la naturaleza de la nación, la prevalencia de las leyes sobre la voluntad política. Eso no funciona. Queda la contundencia lacónica del no, el organicismo berroqueño, marmóreo, de las instituciones. La prohibición fulminante del referéndum de autodeterminación es una medida imprescindible para mantener la observancia de las reglas democráticas; sin embargo, resulta difícil, muy difícil, convertir esa victoria legal en una victoria política.
El Estado, España, la España constitucionalista, ha llegado tarde a un debate cebado durante tres décadas por los soberanistas en su escalada tenaz y minuciosa de independencia psicológica. Y llega además lastrado por contradicciones, complejos y cargas que bloquean la imprescindible convicción en su propio mensaje. Con la rémora histórica de una falta de compromiso nacional, de un sentimiento vergonzante de la sociedad española respecto de sí misma, de su energía, de sus razones. La complacencia de nuestra izquierda con el nacionalismo excluyente es un fenómeno único en la política europea que ni siquiera ahora, en pleno desafío a la igualdad de los ciudadanos, deja de manifestarse en una vocación de equidistancia táctica. Arrastrada por un sentimiento de culpa, un turbio remordimiento posfranquista, la derecha también ha sentido mala conciencia de la cohesión nacional como elemento integrador de la democracia. Durante años hemos renunciado todos a la pedagogía mientras el poder autonómico de Cataluña levantaba las estructuras políticas y sobre todo sentimentales de la secesión. Les hemos dejado inventarse una nación por la cara.