Teodoro León Gross-El País
Hay comunidades que llevan años apelando desesperadamente desde el pozo
Hay nigromancias, sortilegios, goecias, adivinaciones, vudús, oráculos, hechizos, maleficios, artes cabalísticas, alquimia, artes paulinas, encantamientos, santerías, sexo dhármico… y además, el cálculo del Cupo vasco. Pura magia en el siglo XXI. El mismísimo Julio Caro Baroja, discípulo de Aranzadi y Barandiarán, consumado experto en las magias allí, tendría que admitir que en efecto se trata de una práctica oscura que desafía el territorio de la razón. Así lo apuntan otros expertos en financiación autonómica, que quizá sea una rama de lo sobrenatural: “No se sabe de donde salen esos números, es magia”. Desde luego no hay modo de entender que la sociedad más rica esté sobrefinanciada, con una aportación inexistente a la solidaridad y que eso suceda con el entusiasmo de la Cámara, desde los conservadores a los comunistas. La magia es lo que tiene.
No es, eso sí, una magia muy sofisticada, aunque sí muy oscura: se fija primero la cantidad, por intereses políticos, y después se convoca a los brujos de la Administración del Estado al aquelarre para ajustar los números. Nadie sabe cómo se opera. Un misterio así en una democracia europea del siglo XXI es sonrojante. Parece que se trata de una variante del derecho a decidir, en este caso derecho a decidir lo que se paga. Además de los gastos no transferidos del Estado, el ajuste de los impuestos para las Diputaciones forales ha de ser positivo sí o sí por el artículo 33. En algún momento habrá que distinguir derechos históricos y privilegios históricos.
No se cuestiona tanto el Cupo, aunque resulte un anacronismo más o menos indigesto, sino el cálculo. Es opaco e injusto. Claro que más que avergonzar al Gobierno vasco, debe avergonzar al Gobierno de España. La dependencia del PNV ha llevado a Rajoy más lejos que nadie con la magia del Cupo, mientras mantiene abandonada la financiación autonómica desde 2014. Y esa obscenidad impúdica se va a prolongar. Hay comunidades que llevan años apelando desesperadamente desde el pozo, acumulando servicios impropios y deudas, en particular la Comunidad Valenciana, pero también Asturias o Andalucía y Extremadura, comunidades menos desarrolladas. Sus protestas son justas, pero desde Euskadi perdura el desdén de Arzalluz: “Las autonomías de la envidia”. La ironía es que el nacionalismo apela a la pluralidad de España pero sólo por su interés particular. Para ellos la pluralidad sólo rige en su singularidad.
Claro que la magia a la que aluden los expertos sólo es una ironía. Como dice el fantasista Pratchett, la magia simplemente consiste en desconocer algún hecho adicional a lo que se ve. En el Cupo no hay más misterio que el hecho adicional del politiqueo al hacer números. Es un amaño bajo la lógica del do ut des. Rajoy se garantiza su estabilidad aunque maltrate al resto de España; Sánchez, el señor implacable del no es no, aquí se pasa al sí es sí por su interés táctico; y, por supuesto, Pablemos siempre apoya los privilegios de los nacionalismos. Hasta ahora, como ante tantos ventajismos, ha habido silencio. Ahora, como con la parábola del Rey Desnudo, se alzan las voces —Ciudadanos y Compromís— con el descaro de decir la verdad incómoda ante esa vergüenza.