Alfonso Ussía, LA RAZÓN, 29/4/12
El gran problema de los nacionalistas no es el nacionalismo, un problema intelectual y mental que sólo les afecta a ellos. La infección del ombligo de un número indeterminado de españoles no es un problema para España. Me lo decía un multimillonario en una tarde-noche en la que se sintió cercano a la humanidad: «Tengo un enorme problema. Mi hija vota a Zapatero». Alivié el peso de sus alforjas. «El problema no es tuyo, es de tu hija». Se sintió algo consolado, pero no del todo. El gran problema de los nacionalistas es que son antipáticos. No se trata de una táctica. Sale de su natural forma de ser. Y resulta lógico, por cuanto están acostumbrados a tratarnos a patadas a quienes no pensamos como ellos, y menos aún, los comprendemos. Se han dado excepciones. José Antonio Ardanza, que fue muchos años «Lehendakari», es una persona amable y educada, que combatía con sus ideas para no herir la sensibilidad de quienes no eran nacionalistas. Y el parlamentario de CIU Sánchez-Llibre es otro nacionalista agradable, al que la buena cuna y la educación recibida de niño le imponen todavía un respeto. Pero Arzallus es antipatiquísimo, como Eguibar, como Ibarreche, como Setién y demás proboscídios de la boina.
De siempre he sentido curiosidad por conocer los pormenores de la declaración de amor de Arzallus a su primera novia. «Amiga, algo te estimo», y ella, desfallecida por la emoción. «Es lo más bonito que me han dicho en la vida, Javiercho». «Pues ya sabes».
Urkullu tampoco es simpático, y está errado, sin «h», no vayamos a confundirnos. Habla en nombre de todos los vascos y se cree el dueño de sus tierras, tan españolas de siglos como las castellanas, las andaluzas, las catalanas o las valencianas. Y establece comparaciones confusas, no por la confusión de su mente, sino por sus deseos irrefrenables de herir, en el caso que nos ocupa, a una institución ejemplar. El Tercio de Sicilia ha llevado a cabo unas maniobras militares en el País Vasco. A sus miembros se los distingue por su tradicional boina caqui. Y han efectuado sus maniobras en tierras vascas porque esas tierras son parte de España desde muchísimo antes del nacimiento del primer pastor que llevara el apellido Urkullu. Se puede admitir que Urkullu manifieste su malestar por ver al Ejército de España marchando sobre el húmedo suelo de los hayedos vascos. El malestar es libre. Pero no resulta admisible la comparación. «Euskadi quiere dejar atrás, para siempre, la violencia y el terror». Es decir, que Urkullu compara las maniobras militares de un Regimiento ejemplar con el terrorismo etarra. Él sabe que ha hablado con ignominiosa injusticia. Pero se siente aliviado cuando se figura el daño moral que llevan sus palabras.
La diferencia está ahí. Si de Urkullu dependiera, esos soldados que sirven a España en tierras vascas no merecerían ni un segundo del pensamiento de Urkullu en el caso de sufrir un accidente. Pero si fuera Urkullu el accidentado, el necesitado de una ayuda urgente y de una evacuación rápida, todos esos soldados, unidos e individualmente, pondrían en peligro sus vidas, y las darían sin pensárselo dos veces, por salvar la del político nacionalista que los odia. Escribe Diego Mazón que hay diferencia entre las boinas de los militares y la de Urkullu. Que Urkullu vive con la chapela encajada hasta las cejas, y los soldados del Tercio de Sicilia llevan su boina caqui en el alma. Éste tendría que ser el lema de los regimientos establecidos en zonas de España influidas por los aldeanismos independentistas: «Nuestra Vida por los que Desean nuestra Muerte». Así, de punta a punta sobre la entrada del cuartel. Porque no es una frase, sino la síntesis de un deber voluntariamente aceptado.
¿Sería posible una mejor educación en los nacionalistas? ¿Un paso positivo hacia el respeto y la cortesía? Todos los años las Fuerzas Armadas rescatan y salvan a decenas de montañeros vascos que se pierden o hieren en las montañas. No les preguntan lo que piensan ni a qué partido político pertenecen. Se han jugado la vida salvando a individuos que les han negado hasta la expresión más elemental de la gratitud. Es lo que me distingue a mí de los militares. Si yo estuviera jugándome la vida para salvar la del que desea mi muerte, o ha aplaudido la muerte de mis compañeros por un disparo en la nuca o una bomba traidora, les diría que hasta ahí habíamos llegado y que lo rescate su puta madre. Por eso no soy militar. No tengo categoría para ello. Un militar, ése al que Urkullu le produce dolor de hígado cuando lo piensa ejercitándose en un bosque guipuzcoano, vizcaíno o alavés, jamás abandonaría a su suerte a su peor enemigo, ni al mismo asesino de su padre o de su hermano. Lo primero siempre el deber, aun a costa de perder la vida durante su cumplimiento.
No se pretende que este paleto de la boina reconozca en público la grandeza de nuestros soldados. Pero sí que se muestre, a partir de ahora, algo mejor educado. Con tanta antipatía no se llega a ninguna parte. Bueno sí, a ser nacionalista. Muy mala su boina.
Alfonso Ussía, LA RAZÓN, 29/4/12