Miquel Escudero-Catalunya Press

  • Hay distintas clases de toxicidad que hoy día impregnan la sociedad y envenenan a los individuos

Nadie acepta que se les asemeje a los nazis, pues fueron unos asesinos en cadena derrotados, pero no eran unos extraterrestres. Hay que recordar que nada humano nos es ajeno. Así, entre enemigos hay concomitancias inconfesables, en demagogia y en malos modos. Por ejemplo, hay partidos pequeños que se denominan antisistema y antifascistas, que son ‘antitodo’, pero jamás antinacionalistas; por esto resultan prosistema y, a la hora de la verdad, pueden abrazar con ternura y sonrisas a ‘los Pujol’. Pero son aficionados a acosar y reventar actos de quienes ellos declaran ‘fascistas’ (como hacen con los jóvenes universitarios de S’ha Acabat!; es una vergüenza social que lo hagan con impunidad).  Pretenden que las calles son suyas, convocan retrógradas marchas con antorchas y forman comités de defensa; los nazis comenzaron con organizaciones de autodefensa (Selbstschutz-organisationen), siempre juntas la distorsión y la intimidación física.

Hay distintas clases de toxicidad que hoy día impregnan la sociedad y envenenan a los individuos. Importa reconocerlas y combatir los patrones y protocolos que usan para deshumanizar y discriminar. Aunque sea con diferente envoltorio, la lógica del horror y el sufrimiento necesario que se dio el siglo pasado en Europa puede reaparecer entre nosotros, nunca se ha ido del todo. Veamos este discurso de hace ochenta años:

“En nombre de la administración del campo les doy la bienvenida. Este no es un centro turístico, sino un campo de trabajo. Así como nuestros soldados arriesgan sus vidas en el frente para lograr la victoria del Tercer Reich, ustedes tendrán que trabajar aquí por el bienestar de una nueva Europa. Cómo aborden esta tarea depende enteramente de ustedes. La oportunidad está ahí para cada uno de ustedes. Cuidaremos de su salud y también les ofreceremos un trabajo bien remunerado. Después de la guerra evaluaremos a cada uno según sus méritos y lo trataremos en consecuencia. Ahora, por favor, desnudense. Cuelguen su ropa en los ganchos que les hemos proporcionado y recuerden el número. Cuando hayan terminado de bañarse, habrá una taza de sopa y café o té para todos. ¡Oh sí…!, antes de que se me olvide, después de su baño, tengan listos sus certificados, diplomas, boletines de notas y cualquier otro documento para que podamos emplear a todos según su formación y habilidades. Los diabéticos que no pueden tomar azúcar deben informar al personal de guardia después de su baño”. Queda claro que propiamente aquí no hay ideología nazi, sino cinismo y maldad, como al poco se comprobó.

Catedrático de Estudios de Genocidio, Xabier Irujo ha escrito un libro aterrador que hay que conocer:  La mecánica del exterminio, donde documenta con detalle el proceso industrial de matar en los campos de concentración nazis, siempre desprovistos de cualquier problema moral. Todo comenzó con errores intelectuales como el del dogma de la verdadera identidad alemana y el de la maldad congénita de los judíos, convertidos en ‘gusanos’ y ‘bacterias’ para dejar de ser personas.

En marzo de 1941, el 85% de las víctimas del Holocausto aún estaban vivas. Pero hacía años que el Tercer Reich había dado la consigna de humillar, linchar y discriminar a los judíos: traidores y culpables de la derrota alemana en la primera guerra mundial y de sus terribles consecuencias para los alemanes. La delirante obsesión racista llevó a evacuar y repoblar, a cometer atrocidades sin límite hasta llegar a acometer un plan de exterminio físico. Las ejecuciones por arma de fuego eran lentas y causaban problemas imprevistos. Irujo documenta un caso que reúne la inocencia infantil con lo más abyecto y vomitivo. Unos SS ejecutaban a niños puestos de pie mirando a la fosa en la que iban a caer tras un disparo al cuello: “uno de esos niños se dio la vuelta y, con voz tranquila, le preguntó (a su verdugo): ¿Estoy bien colocado?”.

El silencio aterrador y misterioso de los condenados, sumisos a la crueldad más perversa. Verdugos intoxicados por el alcohol para soportar la carga emocional de su brutalidad. “La mayoría de los alistados no eran asesinos cuando se los reclutó, y se estremecían al apretar el gatillo contra víctimas indefensas”. Se pasó entonces a matar en masa, llevando en tren (en viajes de promedio unos 600 kilómetros) a miles de miles de personas abusadas, torturadas, un mal trato sádico normalizado con centenares de reglas. Víctimas engañadas y desorientadas. Se les hacía creer que llegaban a un campo de trabajo: ducha, agua, cena. Se les daba esperanza, en medio de una sensación de normalidad. El transporte en tren no era gratuito. Las SS pagaban a los Ferrocarriles Alemanes un billete de tercera clase por cada prisionero transportado. En algunos casos, las víctimas debían pagar el viaje de ida, y a los menores de 12 años se les hacía un descuento y pagaban la mitad del billete.