Rubén Amón-El Confidencial
- El candidato andaluz del PS no solo se ha medido con Moreno, sino con la mala reputación del jefe de filas, los pactos con el soberanismo y el error estratégico de confundir al PP con Vox
Es probable que Pedro Sánchez haya telefoneado al taxidermista para colgar la cabeza de Juan Espadas en el salón de trofeos. Y no es que le sobre el espacio en el cuarto oscuro de Moncloa —Calvo, Ábalos, Redondo, Iglesias, Casado, Rivera…—, pero el vampirismo del patrón socialista se nutre de chivos expiatorios, víctimas sacrificiales. Todo menos asumir la responsabilidad. Y de aceptar la toxicidad que engendran sus maniobras.
Se avecina una catástrofe electoral del PS en Andalucía, un escarmiento político que amenaza un cambio de guardia y de inercias en la Moncloa, pero Sánchez tiene decidido sustraerse a la debacle, incluso cuando él mismo ha sido el principal rival y obstáculo político de Juan Espadas.
No es fácil batirse en unas elecciones cuando tu mejor patrocinador consiste en el presidente del Gobierno. Ni es sencillo hacerlo cuando Sánchez intensifica en el tablero de Madrid las relaciones orgánicas con el soberanismo, hasta el extremo de haber convertido a Bildu en el partido de referencia.
Juan Espadas somatiza en su candidatura la aversión antisanchista, la crisis económica general, el desgaste particular de Sánchez. Ni siquiera Tezanos ha podido amañar los sondeos para tranquilizarlo en el precipicio del 19-J. La estrategia nacional de los derechos contra las derechas ha resultado tan inocua como la equiparación del PP con Vox. Y no es que hubiera funcionado en Madrid o en Castilla y León, pero en Andalucía se ha demostrado todavía más improcedente porque Juanma Moreno —y Feijóo— ha abjurado de Macarena Olona, le ha organizado un boicot integral.
No ya porque la decisión de anticipar las elecciones proviene del bloqueo sistemático de Vox en el último año de legislatura —ley de presupuestos incluida—, sino porque Abascal ha diseñado una campaña delirante. El sesgo confesional, el patrioterismo folclórico, la inconsistencia de Olona, la xenofobia irresponsable y el fichaje bochornoso de Georgia Meloni han prevalecido sobre las emergencias de la clase currante y de la brecha social.
Tanto se radicaliza Vox, más sencillo le resulta a Moreno consolidar la centralidad, exponerse como un candidato transversal, apelar al sufragio útil de los socialistas. Y más difícil le resulta a Espadas estimular la movilización de sus votantes, fijar un modelo político identificable.
Se diría, por tanto, que Espadas intenta sobreponerse a una hostilidad a la que se añade el desgaste del PS andaluz en 37 años de gobierno. Por eso no puede reprocharle a Moreno los indicadores económicos ni sociales. Han mejorado tanto algunos de ellos que hasta casi la mitad de los votantes socialistas reconocen que el líder popular ha hecho una buena gestión.
La mayor proeza de Espadas consistiría en evitar el peor resultado de los socialistas en su historia. O en evitar una fuga de votos masiva a las arcas de Juanma. O en impedir que la pasividad y la desgana redunden en el abstencionismo. O en contrariar el veredicto de las encuestas. Todas conspiran contra Espadas. Así que el candidato socialista ha decidido rechazarlas. No creérselas. Y lanzar un mensaje acaso más inquietante. Confiar en la influencia del voto… oculto, tal como hizo en la entrevista que concedió a ‘El País’.
¿Tanto se ha deteriorado el Partido Socialista que votarlo en unas elecciones andaluzas se ha convertido en un acto clandestino y subversivo? El desastre electoral del PS andaluz podría encontrar un espacio de redención en un acto de contrición responsable. O sea, avenirse al gesto de la abstención si la victoria de Moreno es categórica y si Vox pretende ejercer un chantaje extremo en el acto de investidura.
Le conviene a la política andaluza y nacional un acuerdo bipartidista de mínimos, un comportamiento responsable —la lista más votada como remedio aislante a Vox—, pero esta clase de fantasías se antoja improbable porque Sánchez nunca va a permitir que los intereses de la nación prevalezcan sobre los propios.
Lo demuestra la vulnerabilidad de Espadas en el cadalso del 19-J. Ya se ocupará Sánchez de atribuirle toda la derrota. De exonerarse a sí mismo. Y de fingir que los comicios andaluces no pueden leerse en clave nacional, a pesar de que describen claramente el fin de época.