Iñaki Ezkerra-El Correo
- ¿Qué pasa por la cabeza de esa gente de la cultura que todavía apoya a Sánchez?
De los personajes del llamado ‘mundo de la cultura’ que todavía apoyan a Sánchez, y que han permanecido inmunes a la tentación de darse de baja en su clá, los que más me llaman la atención son los mayores. ¿Qué puede pasar por la cabeza de un ser que ha publicado con más o menos fortuna una digna serie de libros o desarrollado una larga tarea de gestión en una biblioteca, un museo o cualquier otra institución cultural para que en el ocaso de su vida profesional decida, así, de pronto, dilapidar ese prestigio labrado durante años en justificar lo injustificable, o sea, toda esa burla a la legalidad democrática que constituye el sanchismo; toda esa argucia de convertir en papel mojado el Código Penal y la Constitución del 78; todo ese amago virtual de cambio de régimen y esta fiesta populista que, ciertamente, se acabará, y no porque lo diga Alvise, que es otro populista más y que se frota las manos con cada nuevo horror que nos depara el Gobierno para alargar su agonía.
Lo que más me llama la atención -como digo- de este macabro presente político, en el que cada nuevo escándalo sirve de tapadera para el anterior, es el aplauso de personas a las que uno les concedía, no voy a decir una talla moral que ya no puede esperarse de nadie, pero sí un cierto nivel intelectual, un mínimo sentido común que debe darse de tortas con este circo anacrónico. Lo mismo me pasa ante los que intentan salvarle la cara al régimen ruinoso y criminal de Maduro. Veo entre ellos a seres de los que no espero nada, o de los que espero lo peor, y no me asombra que estén en ese ajo. Pero ¿qué hacen ahí esos mayores, esa gente talludita que dirige una editorial, un centro de arte, una productora cinematográfica…?
Como un gesto de compasión hacia ellos diré que tienen un santo al que agarrarse para hacer más llevadera su falta de autoestima. Pienso en el Séneca que a los 63 años ve cómo Nerón asesina a su propia madre y envía al Senado romano una carta de apoyo al emperador, que justifica el crimen y que ha pasado a los anales de la infamia. Salvemos todas las distancias que haya que salvar para quedarnos solo con el hecho de la ceguera ética de uno de los grandes padres de nuestra civilización. El filósofo temía por su vida y por la pérdida de las riquezas que había acumulado. Con ese temor se alejó de Roma inútilmente. Seis años después fue condenado a muerte y tuvo que suicidarse. Pero en esos últimos días en los que arrastró aquella mancha tuvo energías para redimirse escribiendo las ‘Cartas a Lucilio’. Los que hoy justifican lo injustificable no temen la suerte fatídica de Séneca. Mejor para ellos, porque tampoco nos dejarán un testamento como esas últimas cartas que son una referencia moral pasados los siglos.