- En ese brete, se ofrece a rescatarlo quien fue su primer jefe de gabinete, Iván Redondo, quien le ha guisado con una parte cierta una encuesta tezana que dispara a Sánchez como un cohete, de igual forma que a Pablo Iglesias le auguró una corona y a Yolanda Díaz ser la primera mujer presidente
Cuando parecía repuesto de su tisis política haciendo que su retrato se marchitara de nuevo por él -como el Dorian Gray, de Oscar Wilde- y cuando sus turiferarios soñaban santificarle a falta de Premio Nobel de la Paz con las aldabas vaticanas de Salvador Illa, ‘Mr. Handsome’ (míster guapo), como le apodó con arrobo Pedro Almodóvar, torna a ser el presidente de la triste figura sin la grandeza de don Quijote. Así se visualizó el miércoles en la cumbre informal de líderes europeos de Copenhague donde la primera ministra danesa, la socialdemócrata Mette Frederiksen, no se anduvo con chiquitas ante la más peligrosa encrucijada del Viejo Continente desde la II Guerra Mundial.
Sin embargo, su mal semblante no tenía solo que ver con su incomodidad, con quien le requirió incrementar la compra de armamento porque «hoy es Polonia, mañana Dinamarca, y la semana siguiente podría ser otro país». Ante su emplazamiento, Sánchez salió por la tangente del cambio climático para que este gasto contabilice como capítulo de defensa contra el expansionismo del zar Putin: con sus botas, pisotea Ucrania; con sus drones, juega al ratón y al gato con la UE.
Era, en todo caso, otra cucharada sopera de aceite de ricino en una semana horrible para los «Bonnie and Clyde» de La Moncloa. Luego de los 221 correos comprometedores aportados por la UCO al juez del «Begoñagate» y el informe de la Intervención General del Estado sobre cómo la chica de Sabiniano favoreció al emprendedor Barrabés, codirector de la cátedra de la bachillera en la Universidad Complutense, con adjudicaciones irregulares por valor de 1,2 millones de la empresa pública Red.es, a cuyo frente se hallaba David Cierco, uno de los beatiful boy sanchista. Con ese entripado, solo le faltaba que sus homólogos le señalaran más que los turistas a la sirenita de Copenhague.
Aun así, contando con que los suyos lo votarán igualmente como los peronistas a su paladín siendo puto y ladrón, lo que no imaginaba el hombre de las mil y una caras –todas falsas– es que su intifada electoral naufragara como la flotilla pro-Hamás de Ada Colau y Greta Thunberg que escoltaba un patrullero de la Armada para dar cobertura a las propagandas de cartón piedra de Sánchez a semejanza de las ‘aldeas Potemkin’ de Catalina la Grande.
En su cálculo, confiaba en que la bandera palestina desviara mucho más tiempo la atención sobre los escándalos de su ‘famiglia’ y aunara a una mayoría parlamentaria dispersa como vacas sin cencerro cuando no anda a cornadas. De paso, inyectaba «votox» a sus faciales electorales como si fuera «bótox» a su faz. Empero, como en el cuento de la lechera, la cantara ha desparramado por el suelo sus anhelos al tropezar con lo imprevisto. En suma, como en el adagio latino, post festum, pestum.
En efecto, si con la reVuelta creaba el marco de relato de cara a unas elecciones generales en el que como gran campeador global y centinela de Occidente se enfrentaría virtualmente al dúo Trump-Netanyahu ninguneando a Feijóo y Abascal, se ha caído con todo el equipo de «la ética de la mentira». El teatrillo de la farsa se ha desplomado con el plan de paz de EE.UU. e Israel. Por fingir estar en el lado bueno de la Historia, como se jactaba el napoleoncito Albares cuando realmente se alineaba con las dictaduras y satrapías, España se despeña por la ladera de la idiocia. Todo por el aventurerismo narcisista de quien ha perpetrado algo «peor que un crimen, un error», como sentenció el maquiavélico Fouché tras ejecutar Bonaparte al duque de Enghien. Buscando confundir a la opinión pública con la causa gazatí, cuyo sostén sólo exige «turistas del ideal» zanganeando en las redes sociales, a diferencia de la ucraniana que obliga a poner soldados y armas en la frontera rusa, la manta rota de Gaza deja al desnudo a ‘Noverdad’ Sánchez y atrapado en su gazapera.
Dada la trayectoria palestina de desperdiciar oportunidades desde que tuvo en su mano constituir Estado en 1948 y la ralea de Hamás, es altamente probable que esta nueva tentativa con el refrendo de las potencias árabes del Golfo no pase de otro armisticio preludio de futuras escaladas. No obstante lo cual, tiene un enorme valor el restablecimiento de los pactos de Abraham suscritos por Israel y varios países árabes en 2020 que Irán hizo saltar por los aires tramando la matanza del 7 de octubre de 2023 con sus 1.200 muertos y sus 251 secuestrados.
Con esa mudanza del paisaje diplomático, los daños colaterales pueden ser irreparables para una España que se ha significado hostilmente contra EE.UU. e Israel, dos democracias con mayúsculas contribuciones a la estabilidad nacional ante los embates terroristas y separatistas. Claro que ello se la trae al pairo a quien, con su ombligo como mapamundi, sólo le turba cómo escapar de la ratonera en que se ha metido -y con él España- mordiendo el queso de la demagogia populista para inflarse como el sapo de la fábula para dárselas de buey.
En ese brete, se ofrece a rescatarlo quien fue su primer jefe de gabinete, Iván Redondo, quien le ha guisado con una parte cierta una encuesta tezana que dispara a Sánchez como un cohete, de igual forma que a Pablo Iglesias le auguró una corona y a Yolanda Díaz ser la primera mujer presidente. Después de aleccionar con que un buen ayudante presidencial debe estar listo para arrojarse por el balcón si su jefe se lo ordena, sin sospechar que este lo defenestraría como quien vocea «¡Agua va!», ahora parece pordiosear un lugar a la sombra del presidente Sol antes de su eclipse total. De momento, a un Sánchez acorralado por la Justicia se le anubla el frente exterior y las cañas se le vuelven lanzas con socios prestos a alancearle luego de certificar que la cola no mueve al perro, aunque Pedro distrajera con ella. Perdiendo el sentido de la realidad, creyó avizorar en Gaza su particular veni, vidi, vici como Julio César en la batalla de Zela contra Farnaces II del Ponto.