REBECA ARGUDO-ABC
- Contra la máquina del fango, me temo, se nos viene la máquina de humo
El 17 de julio era el día elegido por Pedro Sánchez para presentarnos su Plan de Regeneración Democrática. Y regenerar la democracia no es moco de pavo, ojo. Así que, tras sus cinco días de reflexionar muy fuerte, varias semanas de expectación, dos cartas a la ciudadanía y una foto de su esposa en el banquillo, nos esperábamos algo más espectacular, la verdad: un meditado, riguroso y minuciosamente detallado paquete de medidas con las que lucharía él solito (a cuerpo gentil, a lo mero macho, a pechete descubierto) contra los bulos, la máquina del fango y los pseudomedios. Todo sea por la democracia. Pero la cosa, la ‘ley Begoña’, como la ha bautizado Alsina, ha quedado, francamente, pelín deslucida. Por la falta de concreción, básicamente. Contra la máquina del fango, me temo, se nos viene la máquina de humo.
Y es que no solo no ha anunciado nada concreto (los cien millones de euros de los fondos europeos en ayudas para los medios ha sonado tan prometedor como pudieron sonar aquellas 20.000 viviendas de alquiler asequible anunciadas en 2023 o como sonaría el «te quiero» de un novio recurrentemente infiel) sino que sobre su plan sobrevuela la sombra del Reglamente Europeo de Libertad de Medios (que no de control de Medios), que es de obligado cumplimiento por los Estados miembro y tiene rango de ley. Hay que reconocerle, eso sí, cierta maña en la retórica: ha citado literalmente algunos párrafos de la EMFA que le servían para mantener la ficción de que lo que él anunciaba encajaba milimétricamente en lo promulgado por esta y, por lo tanto, era su responsable transposición. Transposición que no precisa, por cierto: se aplica cuando entre en vigor y punto pelota.
Ha olvidado convenientemente, eso sí, otros pasajes relevantes, sobre todo los relativos a evitar la injerencia política (sí se ha acordado de la de países extranjeros) y el especial acento que pone Europa en preservar la independencia y despolitización de los medios públicos. Pero claro, si lo hacía tendría que explicar cómo casa eso con nombrar presidente de la agencia EFE a Miguel Ángel Oliver, anterior secretario de Estado de Comunicación, o a Concepción Cascajosa, afiliada al PSOE, como presidenta interina de RTVE (quede dicho aquí, por cierto, que dejó de serlo en el mismo momento del nombramiento, sobreviniéndole una repentina neutralidad fuera de toda duda, no vaya a ser que de nuevo una subalterna, simpatiquísima por otra parte, se vea en la obligación de buscar y encontrar mi teléfono y llamarme para exigir que dejemos de insistir en señalarlo. Nota: lo haremos siempre que sea preciso, no les quepa duda).
Pero bajo la luz de gas de su retórica homeopática subyace, sin embargo, algo inquietante: la pretensión cierta de avasallar a la prensa crítica. Conviene no olvidar que el reglamento al que invoca nace, precisamente, para evitar comportamientos como el suyo, que suponen una seria amenaza para las democracias occidentales. Aunque en sanchezlandés a eso se le llame «regenerarlas» como a la mentira se le llama «cambiar de opinión».