Luis Ventoso-ABC
- No se respeta ni la memoria de los muertos
Cuatro personajes dispares con los que valdría la pena tomarse unas cañas. Samuel Johnson, el ensayista y lexicógrafo inglés del XVIII, con su bonhomía y buen juicio inapelables, enmascarados tras una personalidad excéntrica e hirsuta. Elvis, el fenómeno que convirtió en comercial, sensual y divertido el torrente profundo de la música negra, los espirituales y los sones del campo sureño. George Orwell, el periodista incorruptible, pero de verdad (no como tantos narcisistas que se autoimponen medallas de cartón). Y Churchill, el veterano que supo decir «no» y ganar en nombre de la libertad lo que parecía un imposible. Curiosamente todos concordaban en que la mentira tiene las patas cortas. «La verdad es como el sol, puedes bajar la persiana, pero no se irá», reflexionaba un Elvis inusualmente filosófico. Samuel Johnson creía que «la verdad es la base de toda excelencia, por lo que al final siempre prevalecerá». Churchill dedicó al asunto una de sus frases redondas: «La verdad es incontrovertible. La malicia puede atacarla. La ignorancia puede ridiculizarla. Pero al final, ahí estará». Orwell nos invitaba a tener la osadía de ser sinceros: «En un tiempo de engaños la verdad es un acto revolucionario».
El Gobierno se ha convertido en una máquina de mentir. Pero por lo que revelan las encuestas -las de verdad, no los guisos de Tezanos-, sus embustes no parecen pasarle gran factura. Todas indican que Sánchez, un mentirómano serial, volvería a ganar. Se evidencia ahí su maestría propagandística y las asombrosas tragaderas de los españoles, porque las mentiras son tan atrevidas que no respetan ni la memoria de los muertos. El INE ha destapado que desde marzo hasta finales de mayo la epidemia mató a 45.684 españoles, 18.557 más que los que contabilizó el Gobierno. Todavía hoy el Ejecutivo sigue anclado en 47.000 muertos, cuando probablemente estemos cerca de los 60.000. ¿Por qué los ocultan? No es por torpeza técnica, sino para enmascarar su deficiente gestión, ya que con los datos reales seríamos de largo el país con mayor letalidad del planeta (a día de hoy somos el cuarto).
El Consejo de la Transparencia ha oficializado a petición de ABC lo que ya sabíamos, que Sánchez mintió con toda la intención el 28 de abril, cuando muy solemnemente recalcó en una de sus plúmbeas tele-arengas que España era el séptimo país con más test, según la prestigiosa Universidad Johns Hopkins. El informe referido no existía. El presidente se lo inventó. No pasó nada. Como cuando mintió en campaña sobre las alianzas con Podemos, o cuando lo hizo sobre su tesis, o como cuando prometió enfáticamente que con Bildu jamás.
Sánchez, que gasta una amoralidad de neopreno, ha convertido la mentira en herramienta política cotidiana, lo que va emponzoñando la vida pública. «Otra vez con el raca-raca», me reprochan a veces cuando recalco esta idea. Pero debe repetirse hasta el aburrimiento. No podemos convertirnos en un pueblo aborregado que soporta impávido que el poder lo estafe.