Para poner fin a la intimidación, hay que facilitar a las fuerzas de seguridad su labor de investigación. Aunque muchas veces lo más peligroso no se encuentra bajo el hiyab, sino en la mente, una herramienta de la que se están valiendo las organizaciones extremistas y que se convierte en la más destructiva e inmoral de todas.
Tras casi seis años de relativa calma, las explosiones han regresado al corazón de la capital rusa. El 29 de marzo, Moscú se despertó bajo la sombra de dos nuevos atentados en el metro, obra de dos mujeres suicidas que provocaron una horrorosa masacre con decenas de muertos y heridos.
¿Qué significa la implicación de estas mujeres en actos terroristas? Parece ser que nos muestra cómo cada vez hay más mujeres inocentes integradas en organizaciones terroristas islámicas, y dispuestas a realizar operaciones salvajes tras haber sido amaestradas en un ambiente de violencia y odio hacia todo lo demás. El acto terrorista hace pensar que, al igual que una industria se centra en la producción de sus materiales, la máquina del discurso religioso extremista está en continua fabricación de terroristas, suicidas y, ahora también, mujeres bomba.
Ya sea en Europa o en los países árabes e islámicos, se celebran cada año numerosos coloquios con diferentes nombres pero con un mismo fin: discutir qué está ocurriendo con el terrorismo islámico. Pero siempre lo hacen desde fuera. La mayoría de las aportaciones son meros acercamientos que no tienen en cuenta la realidad intelectual que hay detrás del escenario político. Esta realidad tendría que ser, sin embargo, la base principal del análisis, en cuanto que fue el germen del terrorismo islámico actual y que aún sigue siendo su fuente de alimentación principal.
Es inútil, por tanto, que en esas reuniones de altos mandatarios sigan siendo los síntomas lo único que se quiere arreglar y no la raíz del origen, su esencia, eso que se escapa de la percepción y que es el mayor riesgo, aquello que hace que cada día más individuos estén dispuestos a inmolarse y poner fin a sus vidas y a las vidas de gentes inocentes al servicio de la solución de unos conflictos que no les afectan a ellos personalmente. Y es que el discurso religioso extremista islámico no empieza por el suicidio ni por la mujer bomba, sino por unos hombres cultos que han sabido trabajar y enriquecer el odio a su alrededor. Detrás se encuentra toda una teoría intelectual que se asienta sobre una gran investigación.
Por ello, habría que analizar la difusión de estas ideas en las escuelas, en las actividades extraescolares. También en las mezquitas o en las bibliotecas donde no hay un control real. Incluso se encargan de difundir estas ideas organizaciones benéficas que asumen la distribución de bienes y saberes a la vez que se encargan de que éstos no lleguen a sus opositores. El acto terrorista islámico está siempre precedido de unos pasos teóricos dentro de un marco de pensamiento organizado basado en la difusión de las ideas y en la influencia de las acciones. Son además organizaciones capaces de gestionar administrativamente las campañas y de movilizar actos en diversas partes del mundo. En efecto, no estamos ante unas mujeres que se ponen bombas, sino ante un extremismo intelectual sobre el que se basan los actos terroristas cada vez más abundantes.
En un proceso tan complejo como éste, el tiempo juega un papel muy importante en la difusión de la ideología, de manera que es casi imposible destruir en pocos meses un pensamiento que lleva propagándose y enriqueciéndose durante siglos. La táctica, por tanto, no puede derrotar a la estrategia y el trabajo a corto plazo no puede competir con la labor pausada y labrada durante años. Así las cosas, lo único posible sería empezar a pensar en acabar con la máquina, con el fabricante, y no con su producto.
Y en esta línea, ¿qué hacer con el hiyab? Ante todo, una mujer que lleve el hiyab tendrá que permitir quitárselo por motivos de seguridad. Esta mujer tiene que pensar que muchas mujeres bomba esconden su armamento bajo el hiyab y que, también por su propia seguridad, tendrá que dejar comprobar si alguna mujer está armada. Para llegar a poner fin a la intimidación, hay que facilitar a las fuerzas de seguridad su labor de investigación para que puedan asegurarse de que todo está bien y de que no existe ningún riesgo para los demás. Aunque muchas veces lo más peligroso no se encuentra bajo el hiyab, sino en la mente, una herramienta de la que se están valiendo las organizaciones extremistas y que se convierte en la más destructiva e inmoral de todas.
«A veces la vida de uno puede salvar la de muchos. Pero en las guerras la vida de muchos, inútilmente entregada, no sirve de nada. Y al final todo se pacta y se queda como estaba, y sólo se quedan los muertos en la tierra: es el gran tributo de la necedad y del orgullo». (Jesús Camarero. ‘Crítica de la razón impura’, Vitoria, Arteragin, 2003).
(Salah Serour es doctor en Filología árabe, profesor de lengua árabe en la UPV y director de ECSON-EL FARO)
Salah Serour, EL CORREO, 9/4/2010