ENTRE 1948 y las últimas elecciones de 2012, la cifra máxima de participación en unas presidenciales americanas es del 63%. Se obtuvo en 1960, el año de la discutida victoria de John F. Kennedy frente a Richard Nixon. En 2012, cuando la última victoria de Obama, el porcentaje fue del 53%, uno de los más bajos de la serie histórica. El porcentaje quiere decir que casi 112 millones de ciudadanos norteamericanos se abstuvieron. Una abrumadora materia oscura. Sobre su naturaleza sociológica, y al igual que en el caso de su homóloga cósmica, tengo una idea muy vaga. Pero creo que Donald Trump tiene alguna posibilidad de hacerla emerger a la luz, lo que supondría una notable mutación democrática, porque el sistema también está basado en los que se abstienen. Desconozco si se trata de una estrategia deliberada, pero la voluntad de Trump tiene aquí poca importancia. Lo cierto es que más allá del relativo tópico sobre los trabajadores empobrecidos por la globalización, Trump no parece dirigirse a ninguno de los votantes que hasta ahora la sociología electoral consideraba votantes normales, de una u otra filiación. El candidato republicano acoge con absoluto desdén las objeciones fácticas, racionales que sus contrincantes o los medios le dirigen. La enésima prueba fue este domingo, durante su segundo debate con Hillary Clinton.
Al menos en público, Trump se manifiesta siempre como en una semi ausencia. No me parecía imposible que fuera consecuencia de problemas mentales más o menos incipientes. Pero ahora creo que es el mismo estado de flotación que caracteriza al abstencionista. Practicando una meritoria pirueta, Trump dice como él: «Bah, todos son iguales». Cualquier cosa que refuerce su vínculo con la materia oscura lo reforzará, por más que la parte visible lo rechace aún con mayor virulencia. Por ejemplo, esa chabacana conversación robada sobre su faroleo sexual, más contraproducente para los intereses (social) demócratas cuando se pone al lado de las actividades reales y presidenciales del marido de la candidata.
Clinton, en el medio de la refriega sucia, inaudita, puramente personal que la enfrentó el domingo con su enemigo, acertó a decir algo importante: «La pregunta para nosotros, la pregunta que nuestro país debe contestar, es si es esto lo que somos». No es descartable que algunos millones de esos 112 se decidan a demostrarle dramáticamente en noviembre que así es.