Angela Merkel fue, el 28 de febrero pasado, al plató de televisión de Anne Will, programa político estrella de la noche del domingo en Alemania, hostigada por la tempestad social, política y administrativa que levantó su decisión de abrir las fronteras a los refugiados.
–Señora canciller ¿es usted la adecuada para manejar esta crisis?
–Creo que sí –respondió la canciller a secas–.
–¿Qué tiene que pasar aún para que usted reaccione?
–Cada uno tiene su forma de reaccionar y a veces puede ser con silencio –replicó Merkel–.
El silencio como estrategia de supervivencia. Una herencia de la República Democrática Alemana (RDA) que aún se manifiesta entre quienes, como Merkel, crecieron con el Gran Hermano comunista. Lo dice Joachim Maaz, neurólogo en la RDA y autor de un libro sobre las consecuencias de la represión en la psiquis. Merkel ha contado que su familia vivía bajo vigilancia. «Nos observaban porque mi padre era vicario y la iglesia punto de referencia y encuentro de mucha gente. Por eso mi madre nos repetía a mis hermanos y a mí que debíamos tener más cuidado que otros niños».
Al neurólogo le basta para explicar el origen de la coraza que Merkel ha construido a su alrededor. Nadie sabe exactamente lo que siente o pasa por su cabeza. No se deja delatar por la mímica y tampoco expresa estados de ánimo en su vestimenta, siempre la misma. Nada de faldas en el mundo de machos alfas en el que se mueve, nada de colores atrevidos o accesorios. Ni siquiera un bolso, irrenunciable hasta para la primera dama de hierro del continente, Margaret Thatcher.
Merkel rehuye, como mujer, los aderezos o los guarda para la intimidad con su segundo marido, un químico discreto apodado El fantasma de la ópera porque sólo se le ve en el teatro. Él suele hacer la compra, ella cocina cuando puede y casi nunca hablan de política porque necesita desconectar hablando de otras cosas, dormir todo lo que puede o sacar tiempo para escaparse los fines de semana, sin niños porque «no vinieron» pero a veces con amigos (aseguran que es muy divertida).
Como gobernante, tampoco recurre al maquillaje. Es austera, no despliega narcisismo en el ejercicio de poder aunque lleva anclada en el mismo tres legislaturas. Tiene un estilo propio. El historiador Ulrich Beck le llama Merkiavellismus, de ahí que los alemanes del Oeste la vean como una mujer del Este y los del Este como un producto del Oeste.
Llevado al tablero internacional, explica la importancia que otorga a las relaciones con EEUU, país de las libertades con el que soñaba en su juventud y con cuyos presidentes siempre ha logrado acomodarse. Apoyó a George Bush en la guerra contra Irak y respondió al escándalo que supuso descubrir que la NSA espiaba su teléfono con un tibio mensaje al presidente Barack Obama: «Eso no está bien entre amigos. La Guerra Fría ha terminado». Merkel tiende a dejar que los temas controvertidos se desinflen, aunque no teme el enfrentamiento y tiene una habilidad infinita en lidiar con temas y personalidades difíciles y ahí está, entre otros, el presidente ruso, Vladimir Putin, para corroborarlo.
Y es que cuando se trata de Rusia y pese al deterioro de sus relaciones con Putin, Merkel juega con la ventaja de ningún otro líder europeo. Añade al hecho de gobernar la primera economía de la UE, su conocimiento del país, cultura e idioma, obligatorio en las escuelas de la RDA y para Merkel, que fue brillante como estudiante, un mero pasatiempo.
Merkel abrazó la política con el Muro de Berlín ya en ruinas y más por casualidad que como parte de un plan magistral. Fue portavoz de Wolfgang Schnur, abogado de la RDA y cofundador de Apertura Democrática, plataforma de disidentes y defensores de las libertades que logró recabar el apoyo de la Unión Cristianodemócrata (CDU) dirigida entonces por Helmut Kohl desde Bonn. Luego se supo que Schnur, en quien Merkel tenía confianza absoluta por sus vínculos con la Iglesia protestante, perteneció a la Stasi.
Kohl ayudó a la chica del Este a superar su primera decepción en política nombrándola ministra de Medio Ambiente. En el año 2000, cuando la CDU se enfrentó a un escándalo de financiación irregular, la chica se rebeló y arrebató a su mentor la secretaría general, con el apoyo de su actual ministro de Finanzas, Wolfgang Schäuble. Ella dice que cuando le propusieron dar un paso al frente se lo pensó porque no se veía «muy conservadora».
Decía la verdad, pues otro rasgo del Merkiavellismus es su amplio espectro. Como líder indiscutible de la CDU, Merkel defiende postulados conservadores, pero sin hacerle ascos a la izquierda. Ha robado programa a Los Verdes procediendo al abandono de la energía nuclear y dado bocados de consideración al de los socialdemócratas del SPD, de ahí que gobierne prácticamente sin oposición. La chica de Kohl se ha convertido en la madre de la nación y, ante los desafíos que abre el populismo en Europa y al otro lado del Atlántico, en el «último baluarte de valores occidentales» según Obama. La matriarca se lo toma en serio.