La mayoría agropecuaria

ABC 18/06/16
IGNACIO CAMACHO

· En los silos de votos de la España agraria y provinciana se almacena la última esperanza del bipartidismo dinástico

ENTRE prados de vacas y plantaciones de alcachofas, Mariano Rajoy ha salido esta semana a buscar el voto destripaterrones. El de esa España rural en cuyos silos se almacena la última esperanza del bipartidismo. El granero que guarda la memoria del señor Cayo de Delibes a salvo de la cobertura de las redes sociales donde crepita el fragor propagandístico de los emergentes. Una España mayor de 60 años que escogió su primera papeleta en la Transición y la conserva década tras década como una reliquia biográfica. No por casualidad, en esos mismos días Albert Rivera le clavaba al presidente el estigma del veto en los salones del Ritz de Madrid, donde las alfombras son tan mullidas que casi se tragan los zapatos. Hay todo un tratado de edafología electoral en esas dos instantáneas que sintetizan por el tipo de suelo que pisan los candidatos sendos modelos sociológicos de campaña.

La brecha entre los partidos tradicionales y los nuevos tiene una doble naturaleza territorial y generacional. Podemos y Ciudadanos crecen y se multiplican en ámbitos de clase media y joven, gente familiarizada con las nuevas tecnologías y un sistema de vida esencialmente urbano. PP y PSOE se refugian ya sin tapujos en el ambiente agrario, entre una población madura o envejecida, acostumbrada a una rutina vital refractaria a los cambios, impermeable a los gurús de la moderna política que dan la matraca con eso del «relato». Son las actuales dos Españas. La dinámica y la estática, la novelera y la inercial, la digital y la analógica, separadas por la doble barrera del paisaje y de la edad. La clave está en que el sistema De Hont protege a las zonas despobladas y las provincias agrarias resultan decisivas en el reparto de escaños.

Para el PP, hegemónico entre los mayores de 65 y claramente descolgado entre los menores de 45, resulta esencial defender su posición de ventaja en el medio rural, entre los valles del Norte y el secano de Castilla. Algo parecido hace el PSOE en sus feudos clientelares y subsidiados de Andalucía, Extremadura y La Mancha: batir las comarcas donde pesa el conservadurismo social de una existencia de tiempos lentos y acompasados. El cachondeo twittero de las alcachofas marianistas tiene algo de complejo de superioridad, de desdén urbanita por el modo de vida provinciano. Una cierta arrogancia que menosprecia el axioma democrático de la igualdad de todos los ciudadanos.

En esa España de predios abiertos y circunscripciones cerradas se libra, sin embargo, una batalla crucial que ya en diciembre sostuvo el acusado declive de los partidos dinásticos. El marianismo pretende resistir en el campo, entre partidas de dominó y copitas de anís bajo los atardeceres del incipiente verano. Contra la rebelión de la ingeniería política que le acosa en las grandes ciudades, Rajoy ha cifrado su supervivencia en la búsqueda de una mayoría agropecuaria.