ABC 20/12/16
IGNACIO CAMACHO
· PP y C’s tienden a desdeñar la realidad de una opinión pública que los considera aliados naturales, automáticos
COMO la célebre rosa de Gertrude Stein, una encuesta es una encuesta es una encuesta: se define por sí misma y no trasciende su propio significado. Un sondeo fuera de período electoral, como la de GAD3 para ABC, sólo refleja un estado de opinión muy genérico y relajado; ni la gente está en «modo elecciones» ni hay una campaña que pueda activarlo. Sus conclusiones tienen por tanto un valor episódico, momentáneo. No obstante, esa toma de temperatura permite colegir que al Gobierno le han pasado factura la subida de impuestos y la «operación diálogo» en Cataluña; que Ciudadanos conserva más apoyo del que temen sus dirigentes, preocupados por su posible irrelevancia; que a Podemos no lo desgastan sus excesos y contradicciones porque hay una masa de votantes desenganchados del sistema y dispuestos a la ruptura pase lo que pase; y por último, que al PSOE le siguen pesando, como es natural, su guerra interna y su interinato. Si acaso, los socialistas pueden darse por satisfechos de que un partido descabezado, sin líder, cuente con un suelo tan relativamente alto.
De todo eso cabe discurrir que el año de provisionalidad no ha causado movimientos tectónicos en el electorado. La brecha generacional sigue marcando la divisoria entre viejos y nuevos partidos, y lo hará al menos durante algunos años. Con cuatro fuerzas en liza no volverá a haber mayorías; estamos abocados a los pactos. Por eso sorprende que, mientras la opinión pública considera a PP y C’s socios naturales de un modo automático, sus cuerpos directivos se sientan entre sí tan distanciados. Es un eufemismo: se detestan con un desdén recíproco. Y ambos, aunque por razones distintas, preferirían al PSOE como aliado.
El voto de centro-derecha, entre diez y once millones de ciudadanos, se ha dividido alrededor de una línea de edad. Los mayores de 45 o 50 están con el Partido Popular, que representa la estabilidad y conserva su potente estructura y su sólida implantación territorial. Los más jóvenes, sobre todo en las grandes poblaciones, han roto con el marianismo para anclarse en Ciudadanos. La relación es de dos tercios contra uno, pero el segmento ideológico es el mismo: con mayor o menor énfasis en las reformas, se trata de un espectro liberal-conservador de talante moderado. El que ahora mismo en España conforma una clara mayoría social a pesar de la hegemonía izquierdista en el espacio mediático.
Sin embargo, el desencuentro de las cúpulas orgánicas tiende a ignorar esa realidad que les da respaldo. Es lógico: la política no hace concesiones cuando dos se disputan el mismo espacio. Pero por escasa sintonía que haya entre Rivera y Rajoy y entre sus respectivos pretorianos, tienen la responsabilidad mutua de entender que representan un modelo de nación y de sociedad análogo. Y que entre las obligaciones del liderazgo está la de procurar el bien común a costa de tragarse sapos.